26/9/09

Lago Bunyonyi I - El Mercado

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Después de las fuertes sensaciones de las aguas termales de Kitagata proseguimos nuestro camino hasta el lago Bunyonyi.
Tras dos horas de trayecto vimos una enorme mancha verde-amarillenta a la derecha del camino. Según nos acercamos nos dimos cuenta de que era un mercado de bananas, o mejor dicho un punto donde se compraban los racimos de bananas que traían los lugareños; la mayoría llegaban en bicicleta con uno o dos racimos enormes, aunque también llegaba alguna mujer con algún racimo más pequeño a pie.

















El lugar estaba asediado de bicicletas con su respectiva mercancía, había varias filas de ellas con su dueño esperando el turno pacientemente. Antes de llegar a este lugar habíamos notado el aumento considerable de bicicletas con bananas por el camino.
Le dije a Richard que quería verlo de cerca. Pararon el auto 20 metros más allá, me bajé y me dirigí al mercado haciendo alguna foto. Seguí la cola de bicis y entré en una zona llena de grandes depósitos de bananas en el suelo, allí un par de “jefes” calculaban el precio a pagar por racimo, eran precios ínfimos y apenas regateables. Aunque la agricultura de subsistencia da para autoabastecerse suficientemente en Uganda, ya que tierras fértiles y agua no faltan, no les da para mucho más. Muchas veces les sale mejor vender las bananas o cualquier producto en una cuneta a los turistas o nativos que venderlas al por mayor en estos mercados, el problema es que en la carretera son pocas las ventas que se hacen. En una ocasión Joseph y Richard compraron 25 bananas por el equivalente a 0,8 $ en chelines ugandeses (unos 0,5 €).

















Todos estos racimos de bananas comprados a los agricultores y gentes de la zona, eran subidos y transportadas en un camión que suponemos los llevaría a su vez a las grandes ciudades.
Cuando se habla de comercio justo o de la compra por parte de países ricos de mercancías concretas a países pobres para ayudarles en su economía, casi todo queda en nada. Es verdad que el transporte y el mantenimiento durante el viaje encarece el producto, pero mucho tendría que encarecerse para no resultar productivo valiendo de partida 0,5 € por 25 bananas.





















De los dos “jefes” uno de ellos vestía chaqueta que denotaba otro estatus, este precisamente se dirigió a mi increpándome por hacer fotos a todo el tinglado. No le hice mucho caso y le dije algo así como que solo le hacía fotos a las montoneras de plátanos. Al final se puso más pesado y empezó a seguirme mientras seguía hablandome, yo seguía ignorándole y el hablando, así que me cansé y rodee un montón grande de plátanos, como él me seguía pasó de seguirme a ser seguido, ya que dábamos vueltas en círculo. Él se sintió un poco ridículo y se echo a reír a carcajadas. Ahí terminó todo, siguió trabajando y yo seguí husmeando.























Por allí se ganaban la vida otra subcategoría, los asadores de maíz, que ofrecían sus mazorcas a los esforzados ciclistas que esperaban en largas colas.
En medio de aquellas grandes montoneras de bananas se alzaba un bellísimo árbol rojo típico de estas tierras que suele verse aislado entre el verde avasallador de Uganda; Este árbol es llamado árbol del coral (Eritrina abyssinica), tiene la flor roja brillante y es típica de regiones subtropicales, el crecimiento de sus ramas suele asemejarse al coral marino de donde viene su nombre (coral tree).
Dejamos el mercado de bananas y proseguimos nuestro camino hacia el lago Bunyonyi.
Atravesamos la población de Kabale donde paramos a comprar agua mineral y algunas galletas, después subimos uno de los grandes puertos de montaña de las montañas kagarama. A mitad de puerto por un camino polvoriento de fuerte pendiente, vimos como mujeres y algunos niños descalzos trabajaban en canteras de piedras en condiciones duras.





















En lo más alto del puerto pudimos ver el inmenso y precioso lago Bunyonyi salpicado de pequeñas islas verdes a juego con su contorno.
A las 13 horas Llegamos a nuestro hospedaje en el lago Bunyonyi, el Crater bay Cottages, encargamos la comida y dejamos el equipaje en una de las cabañas típicas con ladrillo artesanal y techo de paja.
El Crater Bay Cottages hubiera sido uno de esos hospedajes donde era mejor opción dormir en la tienda y sacos que en la propia habitación, incluso la comida que en anteriores lugares estuvo bastante bien, aquí bajaba bastante.
Sin embargo estaba bien situado a orillas del lago y con muy buenas vistas, tenía bonitos jardines y punto. Las habitaciones estaban bastante sucias y cutres; uno puede alojarse en un lugar de categoría media o baja pero no renunciar a cierta higiene. Justo enfrente de nuestras habitaciones había más lugares donde hospedarse parecidos al nuestro, seguro que alguno con mejores habitaciones.




























Cuando preguntamos en nuestro alojamiento por la posibilidad de visitar a los, Pigmeos del lago Bunyoni nos dieron un precio de 60 dólares; incluía la lancha que nos llevaría en 35 minutos hasta nuestro destino donde bajaríamos a tierra y andaríamos una hora hasta llegar al poblado donde vivían una comunidad de Pigmeos, allí les daríamos 10000 chelines Ugandeses. Nos pareció un poco caro el precio de la lancha así que decidimos darnos una vuelta por el mercado, situado justo al lado del embarcadero.






















MERCADO DEL LAGO BUNYONYI

Situado junto a un pequeño embarcadero el mercado era uno de los más especiales que nunca habíamos visto. Independientemente de la mercancía allí vendida, era la procedencia de esta y el entorno lo que más llamaba la atención.
Lo primero que deberíamos observar es que este lago se encuentra a 1960 metros sobre el nivel del mar lo que le da ya una particularidad especial, tiene 25 km de longitud y en algunas partes su anchura es de 7 km, su profundidad alcanza los 900 metros. Allí, en esa altitud un pequeño embarcadero albergaba a gran cantidad de canoas artesanales dispuestas en batería. Estas canoas medían de 6 a 7 metros de largo y estaban hechas de troncos de eucaliptos vaciados. El sistema es muy duro con los bosques ya que de un gran árbol sale una sola canoa desperdiciándose el 90 % del árbol. Actualmente hay asociaciones que han enseñado a los constructores locales a construir canoas con tablones, de esta manera de un solo árbol salen hasta diez canoas.



























A pesar de todo casi todas las embarcaciones que se ven son el tradicional eucaliptos vaciado de una belleza y abolengo tribal inigualable.
Como decía, el embarcadero estaba repleto de canoas con sus mercancías listas para vender: bananas, cañas de azúcar, mazorcas de maíz, patatas…
Casi todo el género era traído en canoas desde diferentes poblados situados en zonas limítrofes del lago Bunyonyi. Las gentes vendían sus productos en el mercado después de haber navegado largo tiempo, en ocasiones venían de zonas remotas del lago y les llevaba muchas horas la ida y la vuelta.
Estas gentes cultivan los frutos de la tierra en cualquier ladera de montaña donde no queda prácticamente un metro sin cultivar. Habíamos visto durante el viaje como la gente cultivaba en laderas de más de 45º de pendiente incluso cerca de 60º, a igual que habíamos visto trabajar la tierra en algunas zonas de los Andes.























Como siempre en África, el del lago Bunyonyi era un mercado colorido, en este no faltaban los niños que eran llevados por sus madres a la espalda o simplemente hacían compañía a su madre tumbados en una tela de vivos colores mientras estas vendían sus productos. El trasiego de canoas no cesaba, puesto que mientras unas llegaban otras partían, aunque a estas horas eran más numerosas las últimas.
En total estuvimos una hora curioseando; vimos grandes ollas del tamaño de una bañera donde se preparaba comida para muchas personas, grandes familias, trabajadores o cualquiera que pasara por allí y se pagara un plato.
En orto lugar se amontonaban largas cañas de azúcar rosadas y verdes que no desentonaban con los vestidos de las mujeres que las vendían. Estas masticaban y chupaban cañas mientras esperaban sentadas la llegada de algún cliente.
Un par de hombres estaban sentados a lado de sus barcas fumando y observando a los transeúntes.






























Delante de ellos un puesto con un gran cesto lleno de aguacates y una docena de piñas esparcidas por una mesa hecha de troncos y varas de madera.
Algunas mujeres descansaban y comían en las canoas haciendo un alto en la jornada, otras daban el pecho a sus hijos mientras atendían su puesto. Un grupo numeroso de mujeres hablaban sentadas en el suelo rodeadas de artesanos cestos de mimbres repletos de judías verdes y patatas que con tanto esfuerzo y esmero cultivaron en la montaña.
De vez en cuando partía una canoa con ocho personas dentro y esta parecía aguantar cualquier peso; algunas de estas transportaban gentes de los poblados de las orillas del lago al mercado y viceversa, a modo de canoas taxi.



























En un momento dado nos acercamos al embarcadero para sondear a los dueños de barcas con motor, en ese momento dos. Después de un rato conseguimos hablar con Eddison, uno de los dueños de la barca al que le pedimos presupuesto para ir a ver la comunidad pigmea del lago. Este nos dejó un precio final de 30$, la mitad del que nos daban en el Crater bay Cottages, también nos dijo que les diéramos 10.000 Chelines Ugandeses (5$) a los Pigmeos. El caso es que Eddison tenía una lancha amarilla muy coqueta y parecía de confianza, así que sellamos el acuerdo con un apretón de manos y quedamos a las 2:30 en el embarcadero, justo después de comer.




















Antes de irnos a comer todavía tuve tiempo de manejar una de las pesadas canoas de eucaliptos que me dejo Eddison. La verdad es que me lo pasé en grande y Marga más viendo como las pasaba canutas para gobernar con un solo remo aquella mole. A pesar de todo más o menos me manejé y pude volver al embarcadero victorioso, pero me parecía increíble la facilidad que tenían los lugareños para mover esas barcazas pesadísimas con hasta 8 personas a bordo o simplemente cargadas de mercancías, ellos metían un poquito el remo y parecía que acariciaran mantequilla, sin apenas esfuerzo avanzaban varios metros, su eficiencia era absoluta, no como yo que parecía que remara en leche condensada.






















No sabemos como, pero uno de los mandamases de nuestro alojamiento se había enterado de nuestro acuerdo y nos abordó en plena comida. Nos desaconsejó nuestro viaje con Eddison, nos dijo que era un caza turistas, que su lancha no era segura y se podía estropear, que a lo mejor veníamos de noche, en fin que nos dio la comida. Nosotros no le hicimos ni caso, entre otras cosas porque no nos gustaba su manera de intentar sacar partido llevándose un negocio a cambio de intentar meter miedo al personal. Además sus amenazadoras razones nos parecieron ridículas: “se estropea la lancha”, bueno hay canoas, “volvemos de noche”, que más da, “es un caza turistas”, y gracias ello viven mejor los mismos y él. Además Eddison resultó ser muy eficiente y simpático.



22/9/09

La triste realidad de los Pigmeos - Lago Bunyonyi II

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Cuando íbamos a visitar a los pigmeos ya sabíamos lo que nos esperaba, pero a pesar de todo queríamos rendirle tributo a este pueblo de 20000 años de antigüedad.
Desterrados de sus queridas selvas por la tala salvaje de árboles para la explotación de maderas exóticas vendidas a países en busca de cenadores que todo lo aguantan, y por la aparición de sucesivos Parques Nacionales que protegen hasta el último gusano del mismo pero del que expulsan y marginan a este formidable y luchador pueblo, los pigmeos (pigmeos = del griego “pigmaios” de pequeña talla) se vuelven dependientes de otras poblaciones y se convierten en mendigos y temporeros ocasionales.
Este éxodo empezó en 1925 con la expulsión paulatina de los pigmeos del Parque Nacional Virunga del la República Democrática del Congo y Ruanda. Esta expulsión continuó en 1970 con la desaparición de los pigmeos del Parque Nacional de Bwwindi en Uganda y del P. N. Kahuzi-Biega también en la República Democrática del Congo, prolongándose hasta nuestros días el asedio a su hábitat natural.



















Los batwas o twa, como son llamados los pigmeos se vuelven sedentarios y se dedican a la alfarería o fabricación de cestos que venden a precios ínfimos.
Los batwas son considerados por los gobiernos ciudadanos sin derechos y con inferior categoría que cualquier otro habitante su país, no tienen tierras en propiedad para cultivar y se les considera unos parias o borrachos por el resto de la población.
Se le echa, se les margina, no tienen derecho a servicio médico porque tampoco tienen derecho a carné de identidad. No se les da medios y luego se les llama inútiles porque no pueden valerse.

Originalmente los pigmeos o batwas vivían de la caza de animales, principalmente antílopes, Jabalí africano ( Phacochoerus africanus), monos y ocasionalmente gorilas e incluso elefantes. Otra fuente de alimentos procedía de la recolección de frutos silvestres, pesca o recogida de miel.
El intercambio de roles está presente en su modo de vida: mujeres y hombres cazan y recolectan.

















Actualmente todos los pigmeos tienen contacto con los agricultores o ganaderos de la zona intercambiando con ellos alimentos por herramientas.
Pero hoy en día el contacto ocasional con la población local dejando esporádicamente las selvas, es a lo mejor que pueden aspirar los pigmeos, porque lo normal es que estén aislados en zonas concretas y sin ninguna relación con la selva de su país de origen.
Muchos habitantes los consideran de su propiedad, como los bantues de Camerún que enumeran las familias de pigmeos que trabajan para ellos en sus campos en régimen de esclavitud.
Los batwas o pigmeos habitan en la selva ecuatorial de África Central : Republica Democrática del Congo, Ruanda Burundi, República Centroafricana, República del Congo, Uganda, Gabón y Camerún.
Su característica principal es su estatura baja por debajo de 1,50 m, aunque dependiendo de la zona de la tribu puede oscilar entre 1,50 a 1, 30 de media ( los pigmeos bambuti miden 1,30m ) . Son de piel oscurísima, ojos saltones, pelo negro y rizado, nariz ancha y achatada y labios prominentes.















Aunque se encuentran principalmente en África Central, también están localizados en el Sudeste de Asia, aunque se desconoce si tienen conexión unos con otros. Si se sabe que tienen un origen común los diferentes pigmeos africanos. Las universidades de Yale, Pavia y Santiago analizaron el ADN de doce grupos de Pigmeos representativos de las diferentes zonas de África; el resultado fue que todos tenían un origen común de hace más de 20000 años.
Otras de sus características que muchas veces no han perdido en sus condiciones más marginales es su maravillosa música polifónica. Capaces de unir varias melodías con diferentes voces del coro comunal, estas voces las superponen a otras a veces con matices complejísimos.
Estos cánticos de gran belleza y dificultad son motivo de estudio por parte de diferentes compositores y músicos de mundo “desarrollado”.
Tienen cánticos para el día a día (trabajo, casa) y para acontecimientos especiales ( matrimonio, nacimiento, muerte)
Por otra parte su relación con la selva es primorosa, son los guías y maestros de la selva. Saben como moverse dependiendo del animal que acechen, saben que posición tomar si son acechados por una fiera de la selva, una para cada animal, saben donde recoger los hongos y frutos silvestres, las plantas que curan …






















Este pueblo maravilloso íbamos a visitar, pero no en su hábitat natural, no en su selva, y aunque aquí la selva está siempre cerca no era lo mismo para ellos.
Aquí en el lago Bunyonyi nos reuniríamos con uno de los grupos de pigmeos o batwas apartados y desterrados de sus orígenes, en un lugar 15 veces mágico y extraordinario, remoto y escondido, pero no era su selva.
En realidad todo este exterminio silencioso de los pigmeos tiene los primeros antecedentes a finales del siglo XIX principios del XX, con la penosa historia del pigmeo Ota Benga, secuestrado, esclavizado, exhibido en la Exposición Universal de Saint Louis 1904 y enjaulado junto a un orangután en el zoo de Nueva York (Bronx Zoological Garden) después de que los mercenarios del rey belga Leopoldo II mataran a su mujer e hijos.

18/9/09

La comunidad Pigmea - Lago Bunyonyi III

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A las 2:30 de la tarde Eddison nos esperaba con una sonrisa, subimos a la lancha amarilla y empezamos a volar sobre las aguas del lago Bunyonyi. A 1850 metros de altura y la brisa húmeda del lago hizo que Marga sacara su chubasquero, un poco más tarde me puse un chándal con capucha. Según avanzábamos, íbamos cruzándonos con diferentes canoas cuyos pasajeros nos devolvían el saludo.
La verdad es que estábamos excitados con la aventura y el lugar era precioso, pequeñas islas iban pasando a nuestros ojos, algunos cormoranes pasaban en paralelo a la lancha a gran velocidad y nos adelantaban como cohetes, iban a ras de agua a salvo de vientos.
Las laderas de las montañas que bordeaban el lago eran verdes y amarillas, casi todas con cultivos. De vez en cuando veíamos gente trabajando en sus tierras en pendientes inverosímiles y pastores con cabras ladera abajo.
















Dos niños nos gritaban “bye Muzungu” y nos saludaban alegremente mientras bajaban a dar de beber a sus dos cerdos, estos obedecen dócilmente ya que les meten unos estacazos con una vara que los dejan tiesos.
Suena el móvil de Marga, aquí a 1950 metros de altitud, en medio de un lago perdido del África ecuatorial. Como éramos nosotros los que llamábamos a España o a Malta dependiendo de si queríamos hablar con Hugo o con los dos mayores, nos preocupamos algo al ver que la llamada era de nuestro vecino argentino Isidoro, médico de profesión; se nos pasó por la cabeza en un segundo la posibilidad de que hubiera pasado algo.
Isidoro: “ Marga, oye que van a llevar un paquete esta tarde a mi casa y no vamos a estar, podríais recogérnoslo por favor”
Marga: es que nosotros tampoco estamos. Estamos en Uganda.
Isidoro: ¿Cómo? no te oigo bien Marga.
Marga: QUE ESTAMOS EN UGAAANDAAA
Isidoro: lo traerán entre las 5 y las 7 de la tarde ¿En Uganda?, no te oigo casi.
Marga: ES QUE ESTAMOS EN UNA LANCHA EN MEDIO DE UN LAGO Y EL RUIDO DEL MOTOR . . .
Isidoro: ¿En un lago?
Marga: SI EN UN LAGO DE UGANDA, NO ESTAMOS EN CASA.
Bueno, al final Isidoro se enteró de que no estábamos en casa después de varios alaridos de Marga y de un diálogo de besugos con muy buena cobertura arruinada por un motor.















Después de 35 minutos de navegación vimos un poblado de casas de madera en la ladera de una de las montañas bordeaban el lago. La barca se dirigió hacia esa montaña por lo que deducimos que aquí comenzaría nuestro camino a pie.
Dejamos la lancha en un embarcadero pequeño junto algunas canoas. Rápidamente Eddison se puso en marcha y empezó a subir la montaña a toda castaña, pasamos al lado de algunas casas y de un grupo de niños que nos observaba con mucha curiosidad mientras nos saludaban”.
El ritmo de Eddison era el de un andar acelerado que no tenía mucho sentido, ya que si teníamos que caminar cerca de una hora este ritmo era como mínimo un poco precipitado. Así que me puse delante y puse un ritmo de crucero un poco más rápido que él, llegando a un camino que estaba en mitad de la pendiente de la montaña para esperar a Eddison y Marga, al poco llego él con un paso ya más “sosegado”. En realidad se trataba de uno de esos ritmos falsos que ponen algunos para “intimidar” al acompañante, aunque luego no sean capaces de mantener.














En el Kilimanjaro hay malas prácticas de ese tipo donde los guías de mala intención ponen ritmos suicidas en la última ascensión para desalentar y desfondar al turista escalador, con ello se ahorran una última paliza. En el caso de Eddison se trataba una bravuconada sin mala intención, pero nos obligaba forzar más de la cuenta en una gran pendiente. Cuando empezó la parte llana del camino nosotros seguimos con la inercia de los primeros pasos mientras que los pasos de Eddison se hicieron más pesados.














En este camino que comenzaba en mitad de la ladera de la montaña sería el que nos llevaría a la comunidad pigmea. Nos detuvimos a admirar el paisaje. Nuestra barca amarilla se veía muy pequeña desde nuestra posición, justo a mitad de la pendiente. El camino ya relativamente llano se perdía en el horizonte tierra adentro; a nuestra izquierda más montaña y a nuestra derecha un maravilloso glaciar de papiro que nos dejo sin habla. Estuvimos un par de minutos observando este capricho botánico. En realidad si tuviera que describir con precisión este camino diría que tiene la disposición de un auténtico glaciar: Una lengua inmensa de planta del papiro de unos 10 kilómetros de longitud por una anchura que variaba de 200 a 500 metros y que moría en el lago Bunyonyi. Esta legua-glaciar estaba custodiada por las verdes laderas de las montañas a lo largo de esos kilómetros. Nosotros íbamos por la ladera izquierda, de tal manera que en todo momento íbamos viendo el mar de papiro abajo y a nuestra derecha. En el camino iban saliendo niños a nuestro paso de las diferentes casitas de madera y barro que salpicaban la montaña, otras veces oíamos sus gritos, bye muzungu, que sonaba así: “baymuchuuuuncuuuuu”.


















Según avanzábamos las casas se hicieron más escasas. Cuando llevábamos dos kilómetros recorridos y apenas se veía el lago a nuestra espalda apareció ante nosotros un solitario árbol del coral, este estaba asomado al glaciar desde el camino, parecía anunciar la entrada al autentico camino, mucho más silencioso, más bello y más emocionante, como en realidad nos sentíamos nosotros. Sólo en viaje en barca entre las islas era una aventura en si misma, pero esta hora de marcha entre glaciares de papiro, ecos de niños y árboles de coral era de esos momentos para guardar, nuestro momento.


















Aparecieron a lo largo del camino algunos de lo preciosos ejemplares de Red-billed firefinch aquellas pequeñas aves rojas de Queen Elizabeth; tuve que contenerme para no perseguirles con mi cámara barranco abajo.
A mitad de recorrido el camino bajaba por unos metros al nivel de la lengua de papiro. Allí aparecieron unos cuantos niños de los que vivían por allí, casi todos salieron corriendo entre risas y cierto temor. En realidad esta zona era mucho más aislada que cualquier otra que hubiéramos visto en toda Uganda y los niños no estaban acostumbrados a ver turistas. La ropa también les diferenciaba, más deshilachada más pobre y sucia, les daba un estilo propio en la zona ya que la mayoría de estas telas eran una especie de batines desechados de los mayores, o telas reaprovechadas que en otros tiempos fueron otra cosa y tuvieron otros usos.















De este primer grupo solo se quedó uno que parecía estar de vuelta de todo, allí andaba con su cabra en medio del camino, cabra que tenía totalmente dominada. Su vestimenta era la más original de todas, una especie de blusa marrón que parecía negra y que le llegaba a mitad del muslo, y saliendo debajo de esta un pantalón con una sola pernera a cuadros rojos y marrones remangada a la altura de su pierna derecha que era donde la llevaba. La escasez en esta zona ayudaba al aprovechamiento de cualquier prenda, aunque solo tuviera una pernera. Nos hubiera gustado en ese momento tener algún pantalón para dárselo, pero solo llevábamos lo puesto, así que le dimos algo de dinero que celebro con varios gritos en ugandés que retumbaron en la montaña, estaba tan contento que nos obsequió con las diferentes poses que su pobre cabra era capaz de ofrecer.






















La verdad es que muchos de estos encuentros te rompían poco a poco el corazón, eran tan lindos los niños, tan amables, simpáticos y espontáneos, y estaban tan necesitados de tanto. Es curioso como la condición y esencia de niño es universal en cualquier lugar; tan auténticos y francos…
Nos despedimos de nuestro pequeño amigo y a nuestras espaldas sonaron los gritos de los niños que se habían escondido antes.
Un Kilómetro más allá el glaciar de papiros se iba estrechando, una mujer con su bebé a la espalda y un gran saco de patatas en la cabeza se cruzó con nosotros. Al doblar la curva siguiente del camino dos niños salieron corriendo al vernos, les gritamos y uno de ellos se acercó, el otro con un gran machete en sus manos salio corriendo. Nos hicimos alguna foto con el que se quedó, al rato aparecieron cuatro más uno de ellos era el del machete pero ahora no lo llevaba. Los cinco componían un cuadro de ropajes curiosos con una especie de batines, faldones, blusones, telas liadas al cuerpo, en realidad no sabíamos quien era niño o niña, pero todos eran adorables.

















LOS PIGMEOS















Seguimos andando y una mujer de pequeño tamaño nos adelantó a gran velocidad cargada con leña en la cabeza. Eddison nos dijo que estábamos a punto de llegar a nuestro destino.
De repente Eddison tomo un sendero estrecho y empinado a la izquierda del camino, justo por donde había subido la mujer con leña.
Después salvar el último terraplén a unos 40 metros por encima del camino, aparecimos en una zona con casas de barro situadas en una especie de terraza natural que daba descanso a la pendiente de la montaña y cobijaba al pequeñísimo poblado de la comunidad batwa o pigmea.
Nada más aparecer se produjo un revuelo de niños y mujeres, que hizo salir de sus casas a toda la comunidad. Mientras Eddison hablaba con uno de los más mayores de la comunidad y digo mayores porque no sabría ponerle edad, mucha gente trabajada y deteriorada en estos países tienen grandes desfases entre la edad cronológica y la biológica.






















Un niño con un arco y una flecha posó para nosotros como un pigmeo recién salido de la selva, posaba como un autentico maestro acostumbrado a los turistas, era parte del folclore que nos querían ofrecer.
Eddison terminó de hablar con el jefe o persona mayor …¡ qué diferencia con los Masais de Tanzania!... aquí Eddison disponía y decidía lo que se iba a pagar. El venerable batwa tenía poco decir; en Tanzania el jefe masai ponía el precio a su antojo, normalmente 25 dólares por turista y no había más que hablar aunque el guía hubiera sido el más experimentado del mundo; aquí Eddison decidía que se pagaba 10000 chelines ugandeses (5 dólares) independientemente de la cantidad de turistas.
















Terminaron de hablar y parece que el “acuerdo” se cerró. A continuación nos hicimos una foto en una cabaña típica pigmea de madera y paja con una mujer y sus dos hijas, esta era pequeñísima en comparación con nosotros, y aunque esto parece una obviedad en el caso de los pigmeos, también es verdad que dentro de estos los hay más grandes dentro de su pequeñez. Luego estuvimos hablando con algunos miembros de esta comunidad batwa, había niños pequeños deambulaban a su aire observando el alboroto general. Vimos las casas de barro donde vivían y realizamos algunas fotos a los diferentes miembros de la comunidad.
Hicimos alguna foto más a un par de niños pigmeos de corta edad y ropajes naranjas que miraban todo desde cierta distancia y caras serias que nos dejaron algo intrigados, miraban sin pestañear directamente a los ojos y parecían “hurgar” en tu interior.


















Más tarde nos llevaron a una zona diáfana y llana de arena presidida por una enorme vasija de barro y rodeada de grandes y verdes plataneros y una especie de cobertizo de paja. En esta especie de placita nos iban a ofrecer sus cánticos y bailes. Allí estaban todos, mujeres, hombres, niños, y mayores. Una voz de otro de los hombres mayores sonó y al instante se le unieron como un coro bien engrasado las voces de mujeres y los demás hombres, mientras que todos se movían al compás de las voces con un mismo baile. La sorpresa se apoderó de nuestros sentidos, ya que aquellos pequeños hombres eran capaces de ofrecernos una hermosa canción a diferentes voces y con hermosa cadencia, quizá lo último que les queda de su antiguo modo de vivir, a pesar de sus penosas condiciones lejos de su selva querida, a pesar de sus ojos rojos de “desesperación”, a pesar de sus ropas modernas, a pesar de que ofrecían su cántico a cambio de algo, a pesar de todo, sus cánticos y bailes eran sinceros y realmente hermosos porque 20000 años de historia son difícil de borrar.


















Fueron animándose poco a poco. A la segunda canción me puse a bailar con ellos imitando sus danzas… todavía siento cierta vergüenza al recordarlo… A ellos les hacía muchísima gracia que yo imitara sus bailes pero esto hizo que se animaran más todavía. En la siguiente canción incluso me permití hacer mi propia coreografía, que rápidamente fue imitada por los miembros e la comunidad Batwa, entre las risas de todos incluidas las de Marga que apenas podía filmar de la risa.
Había bailado en muchos sitios pero nunca entre plataneros perdidos entre glaciares de papiro.
Entre unas cosas y otras se nos iba haciendo tarde y todavía teníamos que desandar el camino y volver en lancha.
Decidimos darles una cantidad mayor a la estipulada por Eddison y se pusieron a cantar otra vez en muestra de agradecimiento.


















De nuevo apareció el niño con su arco y sus poses de guerrero de la selva con sus caracteres de pigmeo intactos, pero nosotros sabíamos de las vicisitudes de los Pigmeos y sus difíciles condiciones y les queríamos también sin el arco y la flecha, sabíamos que debajo de sus ropas modernas había un pueblo con más de 20000 años de antigüedad y nuestro respeto y cariño lo tendrían para siempre.



















Bajamos el terraplén que nos separaba del camino y desde abajo vimos las pequeñas figuras de los niños pigmeos que se despedían de nosotros.

Por el camino nos volvimos a encontrar con más niños, más mujeres leñadoras, aguadoras y ecos de la montaña. Llegamos a la zona de casas del embarcadero donde todavía había cierta actividad.













Tomamos la lancha y le dije a Eddisón que parara cinco minutos en medio del lago, la verdad es que estaba un poco recocido de la caminata y decidido a bañarme en uno de los pocos lagos de Uganda donde se puede ya que no hay depredadores ni bilharzia o esquistosomiasis.
El agua a 1900 metros de altitud podría estar muy fría pero la cercanía del Ecuador terrestre dejaba en fresca y muy agradable.





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