1/12/09

Fotos: por gtrevice

El autor se disculpa por la profusión y bombardeo constante de fotografías. Reconociendo su debilidad por las imágenes de viajes y por todo aquello que se mueva o no.




22/11/09

El Viaje


Una vez más me enfrento al comienzo de un nuevo blog de viajes. Siguiendo con la senda africana (Tanzania) del año anterior “saltamos” a Uganda y Ruanda, pero esta vez sin niños y por un periodo de 12 días. Nuestros “peques” mayores estaban en Gozo (Malta) dándole al inglés, y el pequeño Hugo con la familia.

13/11/09

Entebbe-Camino de Murchison Falls

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Aunque salimos de España el día 4 de julio a las 4:45, llegamos a Entebbe (aeropuerto de Kampala), vía El Cairo a las 4:15 (5:15 hora de allí).
Nada más llegar, nube de mosquitos sobre nuestras cabezas. En el suelo se veían manchas oscuras producidas por la densidad de mosquitos muertos. Curiosamente la vuelta fue sobre la misma hora y ese día no había mosquitos, supongo que por la influencia del lago Victoria.
El trámite del visado fue bastante rápido, no necesitamos las dos fotos que supuestamente te pedían, ni siquiera nos hicieron foto con la Webcam.

2/11/09

Murchison Falls - Nacimiento del Nilo

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Murchison Falls Nacional Park probablemente sea el parque más visitado de Uganda.
Este Parque y cataratas se llaman así en honor al presidente de la Royal Geographical Society británica, Sir Roderick Murchison que le encargo en 1866 el último y tercer viaje a África al doctor y misionero David Livingstone, para que confirmara que las fuentes del Nilo estaban en el Lago Victoria. Años antes (1858), aseguró que era en este lago (llamado Nyanza por los tratantes de esclavos) donde nacía el Nilo.


















La verdad es que nadie debería dejar leer algunas de las aventuras de estos primeros exploradores como los ya citados, o como Satanley o Burton. Solían tardar años en cada expedición, llevando multitud de porteadores que terminaban desertando pronto. Estos exploradores cayeron enfermos muchas veces por desnutrición, enfermedades o simplemente asediados por tribus que les tomaban por tratantes de esclavos, cuando no atacados por las fieras como Livingstone, apunto de morir por el ataque de un león. Entonces África estaba “infectado” de animales y no había más protección que una tienda rudimentaria y escopeta, ni autos ni hoteles. Años vadeando grandes lagos, atravesando desiertos, selvas a punto de morir varias veces, fueron los primeros aventureros modernos de África.

31/10/09

Uganda tierra adentro

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Dejamos Murchison Falls National Park bastante temprano. Nuestro próximo destino sería Kibale Forest National Park, famoso por la posibilidad de ver chimpancés en su entorno natural.
En teoría teníamos por delante unas 9 o 10 horas de “carretera”, pero como Richard y Joseph habían visto nuestro interés por la población y su modo de vida, nos propusieron que hiciéramos el recorrido hasta Kibale por caminos de tierra casi su totalidad. En vez de ir hacia el Sur dirección Masindi y coger la carretera principal allí, fuimos por caminos secundarios paralelos al lago Alberto casi hasta el final, realizando el 80% del recorrido a Kibale Forest por caminos llenos de vida y maravillosamente anaranjados, como una línea arcillosa que interrumpía por apenas tres metros la densidad verdosa de estas tierras.

23/10/09

Kibale Forest I

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Treehouse
El Chimps´Nest está situado justo en el límite Este del Kibale Forest Nacional Park, en uno de los entornos más bonitos, espectaculares y en contacto más directo con la naturaleza. Después de cenar en el restaurante del Chimp’s Nest, dos hombres con uniforme de servicio nos condujeron al treehouse. El primero llevaba una linterna ya que la casa del árbol estaba a cierta distancia del restaurante-recepción. El segundo hombre, también con linterna, llevaba algo de nuestro equipaje. Íbamos avanzando por un sendero que atravesaba la pradera que se abría en abanico delante del restaurante. Más adelante el sendero penetraba en un bosque denso de arbustos y árboles. A los lados iban quedando otros senderos que eran marcados por indicadores de madera con forma de flecha, en ellos estaban escritos los nombres de otros alojamientos.

12/10/09

Kibale Forest II - El trekking

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Llegamos 25 minutos antes a las oficinas de Kibale Forest National Park; minutos sobrantes que aprovechamos para tirar algunas fotos de aves, mariposas, saltamontes y algún que otro bichejo más.
Por fin llegó la hora del trekking. A las dos de la tarde nos dieron una pequeña charla en las oficinas, después iban asignando un guía a cada cuatro turistas, a nosotros nos tocó una “joven” pareja suiza, el era de origen español por parte de madre.

11/10/09

Queen Elizabeth National Park I - Mweya

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Después del trekking salimos inmediatamente hacia Queen Elizabeth National Park, unas 3 o 4 horas de viaje; otra vez llegaríamos de noche pero con la ventaja de que pasaríamos dos noches en este Parque.
Como ya habíamos comido el pack lunch después de ver el mercado de Fort Portal y antes del Trekking, nuestro viaje fue bastante directo, aun así pudimos ver las escenas habituales en los caminos y carreteras de Uganda, más gente transportando bidones de agua, más bicis con su carga de plátanos…

8/10/09

Canal kazinga - Queen Elizabeth National Park II

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A las tres de la tarde salía el penúltimo barco por el canal Kazinga. Hay otro safari fluvial a las cinco, justo cuando termina el nuestro, pero no es aconsejable hacerlo a esa hora porque la luz es mucho más apagada por la cercanía del ocaso, que zonas ecuatoriales se produce alrededor de las 7 de la tarde.
Salen dos barcos en cada crucero, cada uno hace el recorrido a la inversa que el otro; mientras el nuestro se dirige hacia el lago George tomando el cauce del canal Kazinga hacia la izquierda para luego desandar el camino y llegar hasta el lago Edward, el otro barco hace el recorrido contrario.




























A diferencia del crucero de Murchison Fall, donde el calor era casi insoportable, aquí la temperatura era agradable, acompañado por un cielo parcialmente nublado que haría el recorrido mucho más agradable. Nosotros subimos a la parte de arriba desde el principio, como no pensábamos realizar ningún trekking como en Murchison Fall fuimos lo más cómodos que pudimos, incluido el nuevo pareo o kanga que marga había adquirido en Fort Portal y que complementaba su “ajuar” con el último pantalón que le quedaba.
Los barcos salen desde la orilla Norte y los primeros metros son para cruzar a la orilla Sur que ya no se abandona en todo el recorrido.



















El nuestro giró a la izquierda en dirección al lago George. Ya antes de llegar a esa orilla pudimos ver una gran manada de elefantes junto a otra no menos grande de búfalos.
La verdad es que en los safaris fluviales los animales se “asoman” al rió constantemente; mientras en los game drive digamos que vas en su busca, en el rió vienen hacia a ti o ya están apostados en sus orillas, vienen a beber o simplemente viven allí, como los cocodrilos, hipopótamos y multitud de aves. La concentración de animales es altísima y se les puede contemplar muy cerca.
Con el movimiento se agradecía la brisa fresca del canal, el discurrir del barco era escoltado por los siempre incansables martines pescadores, que no cesaban de lanzarse en picado en busca de presas.





























De vez en cuando familias enteras de hipopótamos asomaban la cabeza al oír los motores del barco. Algunos búfalos solitarios o en parejas descansaban con medio cuerpo metido dentro del agua y totalmente indiferentes a los turistas.
Vimos también varios ejemplares de Yellow-Gilled Stor; un ave parecida a una cigüeña pero con un tono rosaceo en su plumaje y un pico robusto y amarillo, ave bellísima que adornaba aun más este canal.
En la cubierta del barco estábamos unas 10 personas y ya había tenido la oportunidad de escuchar exclamaciones y suspiros emitidos ante las diferentes apariciones de animales. Una pareja canadiense casi lloraba de emoción; eran amantes de las aves o Birdwatching y celebraban la aparición de alguna con alegria dolorosa. Marga y yo habíamos cambiado el modus oprerandi; cuando aparecía un ave rara la observábamos y a continuación nos volvíamos hacia los canadienses para ver sus expresiones; la verdad es que nos alegrábamos tanto de ver a las aves como de contemplar su alegría. El llevaba un objetivo de 600 mm de focal fija y tiraba ráfagas de 10 en 10.




















El barco seguía su camino descubriéndonos los misterios del Kazinga; no faltaron entre ellos la gran garza blanca así como varios ejemplares de Glossy ibis, aquellas aves de alas verdes metalizadas que vimos también en Murchison Fall .
Aparecieron también los primeros cocodrilos, si en el Nilo Victoria habíamos visto bastantes, en el canal Kazinga vimos muchos más.
Algún antílope de agua se acercaba a beber a la orilla con cierto temor. Más búfalos bañándose con hipopótamos en armonía absoluta.



















La aparición en la orilla de un African Jacana; un ave zancuda color marrón, cuello amarillo y blanco y cabeza azul cielo, fue celebrada con pasión por la pareja de canadienses. Estos devolvían a todo el mundo cierta sonrisa de complicidad, porque aunque todos éramos más discretos no dejábamos de sorprendernos en esa tarde eléctrica, tanto por el ambiente tormentoso como por las sucesivas visiones de animales.
Un poco más allá dos cocodrilos nadaban mientras en la orilla quedaban esparcidos los huesos de un antiguo festín.

























Poco a poco el canal se abrió y aparecía majestuoso el lago George. Justo en una de sus orillas a diez metros del barco, aparecieron una familia de elefantes que terminaba su jornada con un baño y juegos variados. La embarcación paró los motores, y esos diez minutos que estuvimos observándolos en silencio fueron memorables ya que estos parecían actuar como si estuvieran solos; empujones entre ellos dentro y fuera del agua, “manguerazos” de agua con la trompa, y con la misma, arena bufada hacia su propio el lomo. Cuando terminó el espectáculo subieron alocadamente una pequeña colina de arbustos entre bramidos y desaparecieron.









































El barco encendió los motores y volvió por el mismo camino pero un poco más separado de la orilla y algo más deprisa, cuando llegó a la orilla Sur del punto de partida la embarcación tomo el camino hacia el lago Edward también por esta misma orilla.
Esta segunda parte del safari fluvial hacia el lago Edward no tendría nada que envidiar a la primera.
Un pequeño Malachite Kingfisher o Martín perscador Malaquita cruzo volando y se posó en unos cañaverales, de plumaje azul vistoso y pico largo y rojo, no pasó desapercibido para algunos turistas del barco.
Doscientos metros más adelante tres cocodrilos sesteaban mientras uno de ellos salía decidido del agua, otros dos grandes y lustrosos permanecían con la boca abierta a pocos metros de la orilla. Más hipopótamos, búfalos, garzas, cocodrilos, cormoranes, gansos egipcios…






















Cuando al canal Kazinga le faltaba poco para romper en el lago Edward y toda nuestra atención estaba en la proa del barco, una rápida sombra apareció a nuestra izquierda de atrás a delante y en ascenso; giramos la cabeza, todavía chorreaba el agua de las patas del un águila enorme y majestuosa (Africam fish Eagle) que acababa de posar sus garras sobre el agua unos metros por detrás del barco. Nos perdimos la caza que si habíamos visto en Murchison Fall, pero la suerte hizo que el águila se posara en la rama de una enorme acacia que “orillaba” su tronco a las aguas mansas del lago Edward. Allí pudimos ver como el águila despedazaba y devoraba el pez bajo sus garras.
























El canal se fue abriendo poco a poco al impresionante y gigantesco lago Edward. Unos minutos más tarde de la apertura del Kazinga al Edward asomaba en lo alto de una ladera una pequeña villa de pescadores con casas de madera. Esta estaba situada a unos a unos 300 metros de la orilla. En esta varias mujeres nos saludaban mientras lavaban la ropa en barreños, tenían tendidas las sábanas en la hierba al lado de dos enormes búfalos y parecían ignorar que por allí también habitaban los cocodrilos. Varias barcas de pescadores faenaban en ese momento mientras otras estaban amarradas en la orilla.






























El barco navegó en paralelo al pueblecito de pescadores, al finalizar este apareció una especie de playa en forma de península del tamaño y forma de un coso taurino. Esta pequeña península estaba repleta de aves: cormoranes, gansos, pelícanos y como casi siempre un solitario y destacable por su alzada Saddle-billed Store, con su característico pico rojo y amarillo. Entre tanta ala el olor a guano era fortísimo, lo que no impedía a algún que otro cocodrilo pasar las horas muertas dormitando en un terreno sembrado de plumas.
Miramos al horizonte y no pudimos adivinar el final del lago Edward. Este situado en la frontera entre Uganda, Ruanda y República del Congo se encuentra situado a 920 m sobre el nivel del mar y tiene 77 km de largo por 40 de ancho, contando con una superficie de 2325 km² .
















El barco dio la vuelta y se dirigió de nuevo al canal Kazinga. Vimos como los últimos pescadores y lavanderas se recogían a sus precarias casas colina arriba.
Cuando llegamos al embarcadero Richard y Joseph nos esperaban y nos dirigimos al Mweya Safari Lodge. Situado en lo alto de una colina que a su vez se encuentra en una península formada entre la desembocadura del canal Kazinga en el lago Edwad y este último, tiene unas vistas fantásticas a estos. En él aprovechamos para mandar algún email y comprar una tarjeta de teléfono.

































En el camino de vuelta al Simba camp observaba por la ventana del todoterreno como el sol caía en el horizonte. Entre otros pensamientos recordé lo que Pablo (nuestro hijo mediano) me dijo el año pasado después de ver una manada de elefantes jugando en el Parque Nacional del Lago Manyara(Tanzania):
“Papá, nunca más quiero ver un Zoo”
Nosotros no es que vayamos mucho al Zoo, solíamos visitarlo una vez cada dos o tres años y siempre habíamos pensado que era una especie de cárcel para los animales, pero como los niños se lo pasaban bastante bien seguíamos yendo alguna vez, las últimas sin Miguel que ya no estaba para “esos royos”
Pablo comprendió la diferencia de vivir en estos extraordinarios Parajes naturales totalmente en libertad, en contraste con la de la cárcel con pocos metros cuadrados del Zoo, lleno de animales famélicos y desnutridos de vitalidad, sin apenas masa muscular por falta de movimiento en espacios abiertos…
El mismo contraste que encontramos al vivir en grandes núcleos urbanos o países “desarrollados” respecto a lugares donde el tiempo apenas ha pasado y donde la naturaleza se abre camino como hace miles de años.





Aguas Termales de Kitagata

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Apenas amaneció salimos en dirección al lago Bunyonyi, pasaríamos de los 900-1000 metros sobre el nivel del mar de Queen Elizabeth Nacional Park a los casi 2000 m de este lago.
Pero antes teníamos pendiente una visita. Una de las cualidades de Richard era la de conocer algunos lugares menos visitados por los turistas pero muy interesantes. Richard en realidad es un ratón de Uganda, conoce bastante bien cada rincón del país.
Uno de estos lugares supuestamente curiosos eran las aguas termales de Kitagata. Como nos pillaba de paso nos acercamos a verlas.
Después de una hora de trayecto por caminos que incluían puertos de cierta consideración y donde las plantaciones de plátanos llenaban grandes terrazas en laderas montañosas, llegamos a Kitagata. Antes habíamos parado unos minutos para admirar el espectacular lago de Nkugute, incrustado en un gran cráter rodeado de frondosa vegetación, montañas y con un contorno que se asemeja al continente africano.


























Kitagata

En Uganda hay dos lugares de peregrinación para la curación de enfermedades de todo tipo. El más conocido es Mulago, el otro se llama Kyomugabe Ekitagata o aguas termales para el rey Mugabe (Omugable de Ankole) antiguo reino del sudoeste de Uganda abolido en 1966 de los cuatro reinos tradicionales que había.
Kitagata en un pueblo de Bushenyi, un distrito localizado al Sudoeste de Uganda
Kitagata es una lengua vernácula o local que significa calor, pero debido a la popularidad del lugar el pueblo y la zona se llaman Kitagata.
El horario oficial es desde las 4 de la mañana hasta las 7 de la tarde, los pacientes las utilizan dos veces al día, una por la mañana y otra por la tarde. Las aguas se usan tanto para bañarse como para beber y deben respetarse los turnos para el tratamiento.
















Mucha gente del país viaja a Kitagata en busca de la curación, hay incluso un autobús diario que viaja desde Kampala a Kitagata.
Para garantizar el orden y la higiene en el Kitagata hay una serie de normas que hay que cumplir en las aguas termales: No se puede hacer ruido, hogueras o usar jabón, los niños pequeños tienen que meterse al agua en pañales. Hay una última que no deja de ser curiosa y que hace referencia a que no se puede luchar.
Los ugandeses alquilan habitaciones privadas locales que les salen entre 150 y 400 chelines por día por persona.
Kitagata recibe unos 800 visitantes (los pacientes) cada semana. Según los lugareños no hay una sola enfermedad en la tierra que estas aguas termales no puedan curar; erupciones en la piel, fiebre, dolores articulares, cáncer, heridas de todo tipo y tamaño; lo que el médico no puede Kitagata lo remedia.









































Hay una zona de las aguas termales por donde mana el agua (Akaswonswo) a la vez que salen burbujas. De aquí la gente suele beber después de dejarla enfriar. Si uno tiene problemas de estómago no hay más que tomarse un trago.

El coche se salio del camino y tomó un desvió. Paramos el coche a unos 100 metros de las aguas termales. Según andábamos vimos una aglomeración de cuerpos semidesnudos entre cortinas de vapor.
Cuando Richard nos dijo que íbamos a ver unas aguas termales me hubiera imaginado cualquier cosa menos las increíbles escenas que veríamos.
En esos momentos nos dimos cuenta de que estábamos en un momento y lugar especial, lleno de estremecedora de belleza. A cuarenta metros de las aguas tiré alguna foto puesto que se supone que aquí no puedes hacerlas. Cuando llegamos junto a las aguas noté como mis pulsaciones subían de la emoción; tenía que pellizcarme porque no creía lo que estaba viendo. Al menos un centenar de personas yacían placidamente en las aguas calientes de Kitagata. La escena no parecía real, cuerpos esparcidos entre las aguas, torsos desnudos, pies, rodillas, hombros y brazos emergiendo de cuerpos hundidos, por momentos apenas visibles por las densas cortinas de vapor. Apenas se oía un ruido ya que hablaban entre susurros. El decorado acompañaba la escena, ya que de fondo las aguas eran arropadas por una gran arboleda suavizada por los grandes efluvios del manantial.
Fuimos bordeando el manantial mientras Joseph hablaba con una especie de guía local que iba dando detalles de Kitagata.





























Aunque en las aguas había tanto hombres como mujeres unos y otros estaban dispuestos en grupos diferenciados pero sin grandes limitaciones, ya que había zonas limítrofes donde ellas y ellos confluían sin el menor problema. Los niños solían estar con las mujeres y daba gusto observar como el cuerpo desnudo era compartido con los demás sin ningún tabú. Cuerpos todos bellos, daba igual la edad, porque la fealdad está solo en el que mira y juzga.
Todo esto de por sí ya bellísimo tenia un añadido más; estaban todos estado de laxitud absoluta, en sus miradas se leía la dicha y sus movimientos pausados con la cabeza seguían nuestros pasos allá donde no moviéramos.
Una mujer bastante mayor interrumpió a Joseph cuando este nos explicaba lo del agua que manaba en la zona burbujeante, nos ofreció su vaso lleno de agua del manantial; allí mismo lo había sumergido junto a una especie de camisón que flotaba entre sus caderas sumergidas. De repente desperté, estaba agilipollado y embobado por las imágenes, solo había hecho una foto y desde 40 metros, no podía desperdiciar un momento así. Pero esa mujer mayor con la más educada invitación que nunca a nadie le hicieron para coger un tifus me sacó de mi embobamiento, y aunque el encanto seguía ahí tomé cierta distancia de la situación para titar alguna foto.
El problema era hacerlas sin llamar la atención con mi cámara réflex que no era precisamente discreta. Primero probé a mirar por el visor pero al primero que puse nervioso fue a Joseph, nuestro chofer. Aunque tome una foto, pronto vi que no era el camino ya que se me veía bastante el plumero y los murmullos de los baños habían subido. Aunque tenía de mi parte el relax al que estaban sometidos los bañistas por el efecto de las aguas calientes, no debería seguir por ese camino ya que podría terminar retratando gente crispada.











































Mi segundo intento consistió en apuntar con mi cámara pequeñas cosas o rocas del agua, primero cerca de mis pies y luego más lejos, como retrataba burbujas y rocas nadie decía nada. Como tenía un objetivo multiusos que suelo llevar en los viajes, abrí el ángulo al máximo y apuntando a alguna roca cercana conseguía también tener plano de la gente, pero las fotos no salían bien porque este tipo de objetivos no tiene su fuerte en los limites de su focal, así que utilicé una focal intermedia y deje la cámara colgando sobre mi abdomen. De vez en cuando disparaba sin mirar por el visor y parece que esto dio algo de resultado, aun así el proceso era lento y algo agobiante. Hasta que me acordé del mando del disparador automático. Configuré la cámara para disparo con mando y saqué este. El anterior mando era más discreto y ocupaba como un dedo, pero lo perdí el año pasado, de esas cosa que se pierden en tu propia casa y un año de estos aparecerán. Pero este mando era de esos universales del tamaño de un teléfono móvil, así que lo puse en la oreja e hice como que hablaba mientras disparaba sin enfocar. Aquí tuve la involuntaria colaboración de Marga que andaba fisgando por su cuenta. Ella y su pareo africano llamaban mucho la atención porque veían a una turista con sus mismas telas. Por un momento los bañistas miraban a Marga y sus movimientos, lo que me ayudo bastante a sacar alguna foto sin el personal pendiente de mí. Incluso en la composición de alguna foto con diagonal de miradas hacia otro lado fue determinante.






















Después de tirar algunas fotos guardé la cámara y dimos alguna vuelta más entre el manantial. Hablamos con un grupo de mujeres que le preguntaban a Marga donde había comprado el Kanga o pareo y cuanto le había valido, cuando esta respondía que un dólar comentaban algo en ugandés entre risas, por lo visto un dólar era un timo para un pareo a precio local.
Contemplamos una vez más los cuerpos entre bellísimas brumas de H2O y nos despedimos del grupo de mujeres con el que habíamos hablado.
Salimos de allí con la sensación de haber visto algo extraordinario y mágico.





26/9/09

Lago Bunyonyi I - El Mercado

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Después de las fuertes sensaciones de las aguas termales de Kitagata proseguimos nuestro camino hasta el lago Bunyonyi.
Tras dos horas de trayecto vimos una enorme mancha verde-amarillenta a la derecha del camino. Según nos acercamos nos dimos cuenta de que era un mercado de bananas, o mejor dicho un punto donde se compraban los racimos de bananas que traían los lugareños; la mayoría llegaban en bicicleta con uno o dos racimos enormes, aunque también llegaba alguna mujer con algún racimo más pequeño a pie.

















El lugar estaba asediado de bicicletas con su respectiva mercancía, había varias filas de ellas con su dueño esperando el turno pacientemente. Antes de llegar a este lugar habíamos notado el aumento considerable de bicicletas con bananas por el camino.
Le dije a Richard que quería verlo de cerca. Pararon el auto 20 metros más allá, me bajé y me dirigí al mercado haciendo alguna foto. Seguí la cola de bicis y entré en una zona llena de grandes depósitos de bananas en el suelo, allí un par de “jefes” calculaban el precio a pagar por racimo, eran precios ínfimos y apenas regateables. Aunque la agricultura de subsistencia da para autoabastecerse suficientemente en Uganda, ya que tierras fértiles y agua no faltan, no les da para mucho más. Muchas veces les sale mejor vender las bananas o cualquier producto en una cuneta a los turistas o nativos que venderlas al por mayor en estos mercados, el problema es que en la carretera son pocas las ventas que se hacen. En una ocasión Joseph y Richard compraron 25 bananas por el equivalente a 0,8 $ en chelines ugandeses (unos 0,5 €).

















Todos estos racimos de bananas comprados a los agricultores y gentes de la zona, eran subidos y transportadas en un camión que suponemos los llevaría a su vez a las grandes ciudades.
Cuando se habla de comercio justo o de la compra por parte de países ricos de mercancías concretas a países pobres para ayudarles en su economía, casi todo queda en nada. Es verdad que el transporte y el mantenimiento durante el viaje encarece el producto, pero mucho tendría que encarecerse para no resultar productivo valiendo de partida 0,5 € por 25 bananas.





















De los dos “jefes” uno de ellos vestía chaqueta que denotaba otro estatus, este precisamente se dirigió a mi increpándome por hacer fotos a todo el tinglado. No le hice mucho caso y le dije algo así como que solo le hacía fotos a las montoneras de plátanos. Al final se puso más pesado y empezó a seguirme mientras seguía hablandome, yo seguía ignorándole y el hablando, así que me cansé y rodee un montón grande de plátanos, como él me seguía pasó de seguirme a ser seguido, ya que dábamos vueltas en círculo. Él se sintió un poco ridículo y se echo a reír a carcajadas. Ahí terminó todo, siguió trabajando y yo seguí husmeando.























Por allí se ganaban la vida otra subcategoría, los asadores de maíz, que ofrecían sus mazorcas a los esforzados ciclistas que esperaban en largas colas.
En medio de aquellas grandes montoneras de bananas se alzaba un bellísimo árbol rojo típico de estas tierras que suele verse aislado entre el verde avasallador de Uganda; Este árbol es llamado árbol del coral (Eritrina abyssinica), tiene la flor roja brillante y es típica de regiones subtropicales, el crecimiento de sus ramas suele asemejarse al coral marino de donde viene su nombre (coral tree).
Dejamos el mercado de bananas y proseguimos nuestro camino hacia el lago Bunyonyi.
Atravesamos la población de Kabale donde paramos a comprar agua mineral y algunas galletas, después subimos uno de los grandes puertos de montaña de las montañas kagarama. A mitad de puerto por un camino polvoriento de fuerte pendiente, vimos como mujeres y algunos niños descalzos trabajaban en canteras de piedras en condiciones duras.





















En lo más alto del puerto pudimos ver el inmenso y precioso lago Bunyonyi salpicado de pequeñas islas verdes a juego con su contorno.
A las 13 horas Llegamos a nuestro hospedaje en el lago Bunyonyi, el Crater bay Cottages, encargamos la comida y dejamos el equipaje en una de las cabañas típicas con ladrillo artesanal y techo de paja.
El Crater Bay Cottages hubiera sido uno de esos hospedajes donde era mejor opción dormir en la tienda y sacos que en la propia habitación, incluso la comida que en anteriores lugares estuvo bastante bien, aquí bajaba bastante.
Sin embargo estaba bien situado a orillas del lago y con muy buenas vistas, tenía bonitos jardines y punto. Las habitaciones estaban bastante sucias y cutres; uno puede alojarse en un lugar de categoría media o baja pero no renunciar a cierta higiene. Justo enfrente de nuestras habitaciones había más lugares donde hospedarse parecidos al nuestro, seguro que alguno con mejores habitaciones.




























Cuando preguntamos en nuestro alojamiento por la posibilidad de visitar a los, Pigmeos del lago Bunyoni nos dieron un precio de 60 dólares; incluía la lancha que nos llevaría en 35 minutos hasta nuestro destino donde bajaríamos a tierra y andaríamos una hora hasta llegar al poblado donde vivían una comunidad de Pigmeos, allí les daríamos 10000 chelines Ugandeses. Nos pareció un poco caro el precio de la lancha así que decidimos darnos una vuelta por el mercado, situado justo al lado del embarcadero.






















MERCADO DEL LAGO BUNYONYI

Situado junto a un pequeño embarcadero el mercado era uno de los más especiales que nunca habíamos visto. Independientemente de la mercancía allí vendida, era la procedencia de esta y el entorno lo que más llamaba la atención.
Lo primero que deberíamos observar es que este lago se encuentra a 1960 metros sobre el nivel del mar lo que le da ya una particularidad especial, tiene 25 km de longitud y en algunas partes su anchura es de 7 km, su profundidad alcanza los 900 metros. Allí, en esa altitud un pequeño embarcadero albergaba a gran cantidad de canoas artesanales dispuestas en batería. Estas canoas medían de 6 a 7 metros de largo y estaban hechas de troncos de eucaliptos vaciados. El sistema es muy duro con los bosques ya que de un gran árbol sale una sola canoa desperdiciándose el 90 % del árbol. Actualmente hay asociaciones que han enseñado a los constructores locales a construir canoas con tablones, de esta manera de un solo árbol salen hasta diez canoas.



























A pesar de todo casi todas las embarcaciones que se ven son el tradicional eucaliptos vaciado de una belleza y abolengo tribal inigualable.
Como decía, el embarcadero estaba repleto de canoas con sus mercancías listas para vender: bananas, cañas de azúcar, mazorcas de maíz, patatas…
Casi todo el género era traído en canoas desde diferentes poblados situados en zonas limítrofes del lago Bunyonyi. Las gentes vendían sus productos en el mercado después de haber navegado largo tiempo, en ocasiones venían de zonas remotas del lago y les llevaba muchas horas la ida y la vuelta.
Estas gentes cultivan los frutos de la tierra en cualquier ladera de montaña donde no queda prácticamente un metro sin cultivar. Habíamos visto durante el viaje como la gente cultivaba en laderas de más de 45º de pendiente incluso cerca de 60º, a igual que habíamos visto trabajar la tierra en algunas zonas de los Andes.























Como siempre en África, el del lago Bunyonyi era un mercado colorido, en este no faltaban los niños que eran llevados por sus madres a la espalda o simplemente hacían compañía a su madre tumbados en una tela de vivos colores mientras estas vendían sus productos. El trasiego de canoas no cesaba, puesto que mientras unas llegaban otras partían, aunque a estas horas eran más numerosas las últimas.
En total estuvimos una hora curioseando; vimos grandes ollas del tamaño de una bañera donde se preparaba comida para muchas personas, grandes familias, trabajadores o cualquiera que pasara por allí y se pagara un plato.
En orto lugar se amontonaban largas cañas de azúcar rosadas y verdes que no desentonaban con los vestidos de las mujeres que las vendían. Estas masticaban y chupaban cañas mientras esperaban sentadas la llegada de algún cliente.
Un par de hombres estaban sentados a lado de sus barcas fumando y observando a los transeúntes.






























Delante de ellos un puesto con un gran cesto lleno de aguacates y una docena de piñas esparcidas por una mesa hecha de troncos y varas de madera.
Algunas mujeres descansaban y comían en las canoas haciendo un alto en la jornada, otras daban el pecho a sus hijos mientras atendían su puesto. Un grupo numeroso de mujeres hablaban sentadas en el suelo rodeadas de artesanos cestos de mimbres repletos de judías verdes y patatas que con tanto esfuerzo y esmero cultivaron en la montaña.
De vez en cuando partía una canoa con ocho personas dentro y esta parecía aguantar cualquier peso; algunas de estas transportaban gentes de los poblados de las orillas del lago al mercado y viceversa, a modo de canoas taxi.



























En un momento dado nos acercamos al embarcadero para sondear a los dueños de barcas con motor, en ese momento dos. Después de un rato conseguimos hablar con Eddison, uno de los dueños de la barca al que le pedimos presupuesto para ir a ver la comunidad pigmea del lago. Este nos dejó un precio final de 30$, la mitad del que nos daban en el Crater bay Cottages, también nos dijo que les diéramos 10.000 Chelines Ugandeses (5$) a los Pigmeos. El caso es que Eddison tenía una lancha amarilla muy coqueta y parecía de confianza, así que sellamos el acuerdo con un apretón de manos y quedamos a las 2:30 en el embarcadero, justo después de comer.




















Antes de irnos a comer todavía tuve tiempo de manejar una de las pesadas canoas de eucaliptos que me dejo Eddison. La verdad es que me lo pasé en grande y Marga más viendo como las pasaba canutas para gobernar con un solo remo aquella mole. A pesar de todo más o menos me manejé y pude volver al embarcadero victorioso, pero me parecía increíble la facilidad que tenían los lugareños para mover esas barcazas pesadísimas con hasta 8 personas a bordo o simplemente cargadas de mercancías, ellos metían un poquito el remo y parecía que acariciaran mantequilla, sin apenas esfuerzo avanzaban varios metros, su eficiencia era absoluta, no como yo que parecía que remara en leche condensada.






















No sabemos como, pero uno de los mandamases de nuestro alojamiento se había enterado de nuestro acuerdo y nos abordó en plena comida. Nos desaconsejó nuestro viaje con Eddison, nos dijo que era un caza turistas, que su lancha no era segura y se podía estropear, que a lo mejor veníamos de noche, en fin que nos dio la comida. Nosotros no le hicimos ni caso, entre otras cosas porque no nos gustaba su manera de intentar sacar partido llevándose un negocio a cambio de intentar meter miedo al personal. Además sus amenazadoras razones nos parecieron ridículas: “se estropea la lancha”, bueno hay canoas, “volvemos de noche”, que más da, “es un caza turistas”, y gracias ello viven mejor los mismos y él. Además Eddison resultó ser muy eficiente y simpático.