26/9/09

Lago Bunyonyi I - El Mercado

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Después de las fuertes sensaciones de las aguas termales de Kitagata proseguimos nuestro camino hasta el lago Bunyonyi.
Tras dos horas de trayecto vimos una enorme mancha verde-amarillenta a la derecha del camino. Según nos acercamos nos dimos cuenta de que era un mercado de bananas, o mejor dicho un punto donde se compraban los racimos de bananas que traían los lugareños; la mayoría llegaban en bicicleta con uno o dos racimos enormes, aunque también llegaba alguna mujer con algún racimo más pequeño a pie.

















El lugar estaba asediado de bicicletas con su respectiva mercancía, había varias filas de ellas con su dueño esperando el turno pacientemente. Antes de llegar a este lugar habíamos notado el aumento considerable de bicicletas con bananas por el camino.
Le dije a Richard que quería verlo de cerca. Pararon el auto 20 metros más allá, me bajé y me dirigí al mercado haciendo alguna foto. Seguí la cola de bicis y entré en una zona llena de grandes depósitos de bananas en el suelo, allí un par de “jefes” calculaban el precio a pagar por racimo, eran precios ínfimos y apenas regateables. Aunque la agricultura de subsistencia da para autoabastecerse suficientemente en Uganda, ya que tierras fértiles y agua no faltan, no les da para mucho más. Muchas veces les sale mejor vender las bananas o cualquier producto en una cuneta a los turistas o nativos que venderlas al por mayor en estos mercados, el problema es que en la carretera son pocas las ventas que se hacen. En una ocasión Joseph y Richard compraron 25 bananas por el equivalente a 0,8 $ en chelines ugandeses (unos 0,5 €).

















Todos estos racimos de bananas comprados a los agricultores y gentes de la zona, eran subidos y transportadas en un camión que suponemos los llevaría a su vez a las grandes ciudades.
Cuando se habla de comercio justo o de la compra por parte de países ricos de mercancías concretas a países pobres para ayudarles en su economía, casi todo queda en nada. Es verdad que el transporte y el mantenimiento durante el viaje encarece el producto, pero mucho tendría que encarecerse para no resultar productivo valiendo de partida 0,5 € por 25 bananas.





















De los dos “jefes” uno de ellos vestía chaqueta que denotaba otro estatus, este precisamente se dirigió a mi increpándome por hacer fotos a todo el tinglado. No le hice mucho caso y le dije algo así como que solo le hacía fotos a las montoneras de plátanos. Al final se puso más pesado y empezó a seguirme mientras seguía hablandome, yo seguía ignorándole y el hablando, así que me cansé y rodee un montón grande de plátanos, como él me seguía pasó de seguirme a ser seguido, ya que dábamos vueltas en círculo. Él se sintió un poco ridículo y se echo a reír a carcajadas. Ahí terminó todo, siguió trabajando y yo seguí husmeando.























Por allí se ganaban la vida otra subcategoría, los asadores de maíz, que ofrecían sus mazorcas a los esforzados ciclistas que esperaban en largas colas.
En medio de aquellas grandes montoneras de bananas se alzaba un bellísimo árbol rojo típico de estas tierras que suele verse aislado entre el verde avasallador de Uganda; Este árbol es llamado árbol del coral (Eritrina abyssinica), tiene la flor roja brillante y es típica de regiones subtropicales, el crecimiento de sus ramas suele asemejarse al coral marino de donde viene su nombre (coral tree).
Dejamos el mercado de bananas y proseguimos nuestro camino hacia el lago Bunyonyi.
Atravesamos la población de Kabale donde paramos a comprar agua mineral y algunas galletas, después subimos uno de los grandes puertos de montaña de las montañas kagarama. A mitad de puerto por un camino polvoriento de fuerte pendiente, vimos como mujeres y algunos niños descalzos trabajaban en canteras de piedras en condiciones duras.





















En lo más alto del puerto pudimos ver el inmenso y precioso lago Bunyonyi salpicado de pequeñas islas verdes a juego con su contorno.
A las 13 horas Llegamos a nuestro hospedaje en el lago Bunyonyi, el Crater bay Cottages, encargamos la comida y dejamos el equipaje en una de las cabañas típicas con ladrillo artesanal y techo de paja.
El Crater Bay Cottages hubiera sido uno de esos hospedajes donde era mejor opción dormir en la tienda y sacos que en la propia habitación, incluso la comida que en anteriores lugares estuvo bastante bien, aquí bajaba bastante.
Sin embargo estaba bien situado a orillas del lago y con muy buenas vistas, tenía bonitos jardines y punto. Las habitaciones estaban bastante sucias y cutres; uno puede alojarse en un lugar de categoría media o baja pero no renunciar a cierta higiene. Justo enfrente de nuestras habitaciones había más lugares donde hospedarse parecidos al nuestro, seguro que alguno con mejores habitaciones.




























Cuando preguntamos en nuestro alojamiento por la posibilidad de visitar a los, Pigmeos del lago Bunyoni nos dieron un precio de 60 dólares; incluía la lancha que nos llevaría en 35 minutos hasta nuestro destino donde bajaríamos a tierra y andaríamos una hora hasta llegar al poblado donde vivían una comunidad de Pigmeos, allí les daríamos 10000 chelines Ugandeses. Nos pareció un poco caro el precio de la lancha así que decidimos darnos una vuelta por el mercado, situado justo al lado del embarcadero.






















MERCADO DEL LAGO BUNYONYI

Situado junto a un pequeño embarcadero el mercado era uno de los más especiales que nunca habíamos visto. Independientemente de la mercancía allí vendida, era la procedencia de esta y el entorno lo que más llamaba la atención.
Lo primero que deberíamos observar es que este lago se encuentra a 1960 metros sobre el nivel del mar lo que le da ya una particularidad especial, tiene 25 km de longitud y en algunas partes su anchura es de 7 km, su profundidad alcanza los 900 metros. Allí, en esa altitud un pequeño embarcadero albergaba a gran cantidad de canoas artesanales dispuestas en batería. Estas canoas medían de 6 a 7 metros de largo y estaban hechas de troncos de eucaliptos vaciados. El sistema es muy duro con los bosques ya que de un gran árbol sale una sola canoa desperdiciándose el 90 % del árbol. Actualmente hay asociaciones que han enseñado a los constructores locales a construir canoas con tablones, de esta manera de un solo árbol salen hasta diez canoas.



























A pesar de todo casi todas las embarcaciones que se ven son el tradicional eucaliptos vaciado de una belleza y abolengo tribal inigualable.
Como decía, el embarcadero estaba repleto de canoas con sus mercancías listas para vender: bananas, cañas de azúcar, mazorcas de maíz, patatas…
Casi todo el género era traído en canoas desde diferentes poblados situados en zonas limítrofes del lago Bunyonyi. Las gentes vendían sus productos en el mercado después de haber navegado largo tiempo, en ocasiones venían de zonas remotas del lago y les llevaba muchas horas la ida y la vuelta.
Estas gentes cultivan los frutos de la tierra en cualquier ladera de montaña donde no queda prácticamente un metro sin cultivar. Habíamos visto durante el viaje como la gente cultivaba en laderas de más de 45º de pendiente incluso cerca de 60º, a igual que habíamos visto trabajar la tierra en algunas zonas de los Andes.























Como siempre en África, el del lago Bunyonyi era un mercado colorido, en este no faltaban los niños que eran llevados por sus madres a la espalda o simplemente hacían compañía a su madre tumbados en una tela de vivos colores mientras estas vendían sus productos. El trasiego de canoas no cesaba, puesto que mientras unas llegaban otras partían, aunque a estas horas eran más numerosas las últimas.
En total estuvimos una hora curioseando; vimos grandes ollas del tamaño de una bañera donde se preparaba comida para muchas personas, grandes familias, trabajadores o cualquiera que pasara por allí y se pagara un plato.
En orto lugar se amontonaban largas cañas de azúcar rosadas y verdes que no desentonaban con los vestidos de las mujeres que las vendían. Estas masticaban y chupaban cañas mientras esperaban sentadas la llegada de algún cliente.
Un par de hombres estaban sentados a lado de sus barcas fumando y observando a los transeúntes.






























Delante de ellos un puesto con un gran cesto lleno de aguacates y una docena de piñas esparcidas por una mesa hecha de troncos y varas de madera.
Algunas mujeres descansaban y comían en las canoas haciendo un alto en la jornada, otras daban el pecho a sus hijos mientras atendían su puesto. Un grupo numeroso de mujeres hablaban sentadas en el suelo rodeadas de artesanos cestos de mimbres repletos de judías verdes y patatas que con tanto esfuerzo y esmero cultivaron en la montaña.
De vez en cuando partía una canoa con ocho personas dentro y esta parecía aguantar cualquier peso; algunas de estas transportaban gentes de los poblados de las orillas del lago al mercado y viceversa, a modo de canoas taxi.



























En un momento dado nos acercamos al embarcadero para sondear a los dueños de barcas con motor, en ese momento dos. Después de un rato conseguimos hablar con Eddison, uno de los dueños de la barca al que le pedimos presupuesto para ir a ver la comunidad pigmea del lago. Este nos dejó un precio final de 30$, la mitad del que nos daban en el Crater bay Cottages, también nos dijo que les diéramos 10.000 Chelines Ugandeses (5$) a los Pigmeos. El caso es que Eddison tenía una lancha amarilla muy coqueta y parecía de confianza, así que sellamos el acuerdo con un apretón de manos y quedamos a las 2:30 en el embarcadero, justo después de comer.




















Antes de irnos a comer todavía tuve tiempo de manejar una de las pesadas canoas de eucaliptos que me dejo Eddison. La verdad es que me lo pasé en grande y Marga más viendo como las pasaba canutas para gobernar con un solo remo aquella mole. A pesar de todo más o menos me manejé y pude volver al embarcadero victorioso, pero me parecía increíble la facilidad que tenían los lugareños para mover esas barcazas pesadísimas con hasta 8 personas a bordo o simplemente cargadas de mercancías, ellos metían un poquito el remo y parecía que acariciaran mantequilla, sin apenas esfuerzo avanzaban varios metros, su eficiencia era absoluta, no como yo que parecía que remara en leche condensada.






















No sabemos como, pero uno de los mandamases de nuestro alojamiento se había enterado de nuestro acuerdo y nos abordó en plena comida. Nos desaconsejó nuestro viaje con Eddison, nos dijo que era un caza turistas, que su lancha no era segura y se podía estropear, que a lo mejor veníamos de noche, en fin que nos dio la comida. Nosotros no le hicimos ni caso, entre otras cosas porque no nos gustaba su manera de intentar sacar partido llevándose un negocio a cambio de intentar meter miedo al personal. Además sus amenazadoras razones nos parecieron ridículas: “se estropea la lancha”, bueno hay canoas, “volvemos de noche”, que más da, “es un caza turistas”, y gracias ello viven mejor los mismos y él. Además Eddison resultó ser muy eficiente y simpático.



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