18/9/09

La comunidad Pigmea - Lago Bunyonyi III

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A las 2:30 de la tarde Eddison nos esperaba con una sonrisa, subimos a la lancha amarilla y empezamos a volar sobre las aguas del lago Bunyonyi. A 1850 metros de altura y la brisa húmeda del lago hizo que Marga sacara su chubasquero, un poco más tarde me puse un chándal con capucha. Según avanzábamos, íbamos cruzándonos con diferentes canoas cuyos pasajeros nos devolvían el saludo.
La verdad es que estábamos excitados con la aventura y el lugar era precioso, pequeñas islas iban pasando a nuestros ojos, algunos cormoranes pasaban en paralelo a la lancha a gran velocidad y nos adelantaban como cohetes, iban a ras de agua a salvo de vientos.
Las laderas de las montañas que bordeaban el lago eran verdes y amarillas, casi todas con cultivos. De vez en cuando veíamos gente trabajando en sus tierras en pendientes inverosímiles y pastores con cabras ladera abajo.
















Dos niños nos gritaban “bye Muzungu” y nos saludaban alegremente mientras bajaban a dar de beber a sus dos cerdos, estos obedecen dócilmente ya que les meten unos estacazos con una vara que los dejan tiesos.
Suena el móvil de Marga, aquí a 1950 metros de altitud, en medio de un lago perdido del África ecuatorial. Como éramos nosotros los que llamábamos a España o a Malta dependiendo de si queríamos hablar con Hugo o con los dos mayores, nos preocupamos algo al ver que la llamada era de nuestro vecino argentino Isidoro, médico de profesión; se nos pasó por la cabeza en un segundo la posibilidad de que hubiera pasado algo.
Isidoro: “ Marga, oye que van a llevar un paquete esta tarde a mi casa y no vamos a estar, podríais recogérnoslo por favor”
Marga: es que nosotros tampoco estamos. Estamos en Uganda.
Isidoro: ¿Cómo? no te oigo bien Marga.
Marga: QUE ESTAMOS EN UGAAANDAAA
Isidoro: lo traerán entre las 5 y las 7 de la tarde ¿En Uganda?, no te oigo casi.
Marga: ES QUE ESTAMOS EN UNA LANCHA EN MEDIO DE UN LAGO Y EL RUIDO DEL MOTOR . . .
Isidoro: ¿En un lago?
Marga: SI EN UN LAGO DE UGANDA, NO ESTAMOS EN CASA.
Bueno, al final Isidoro se enteró de que no estábamos en casa después de varios alaridos de Marga y de un diálogo de besugos con muy buena cobertura arruinada por un motor.















Después de 35 minutos de navegación vimos un poblado de casas de madera en la ladera de una de las montañas bordeaban el lago. La barca se dirigió hacia esa montaña por lo que deducimos que aquí comenzaría nuestro camino a pie.
Dejamos la lancha en un embarcadero pequeño junto algunas canoas. Rápidamente Eddison se puso en marcha y empezó a subir la montaña a toda castaña, pasamos al lado de algunas casas y de un grupo de niños que nos observaba con mucha curiosidad mientras nos saludaban”.
El ritmo de Eddison era el de un andar acelerado que no tenía mucho sentido, ya que si teníamos que caminar cerca de una hora este ritmo era como mínimo un poco precipitado. Así que me puse delante y puse un ritmo de crucero un poco más rápido que él, llegando a un camino que estaba en mitad de la pendiente de la montaña para esperar a Eddison y Marga, al poco llego él con un paso ya más “sosegado”. En realidad se trataba de uno de esos ritmos falsos que ponen algunos para “intimidar” al acompañante, aunque luego no sean capaces de mantener.














En el Kilimanjaro hay malas prácticas de ese tipo donde los guías de mala intención ponen ritmos suicidas en la última ascensión para desalentar y desfondar al turista escalador, con ello se ahorran una última paliza. En el caso de Eddison se trataba una bravuconada sin mala intención, pero nos obligaba forzar más de la cuenta en una gran pendiente. Cuando empezó la parte llana del camino nosotros seguimos con la inercia de los primeros pasos mientras que los pasos de Eddison se hicieron más pesados.














En este camino que comenzaba en mitad de la ladera de la montaña sería el que nos llevaría a la comunidad pigmea. Nos detuvimos a admirar el paisaje. Nuestra barca amarilla se veía muy pequeña desde nuestra posición, justo a mitad de la pendiente. El camino ya relativamente llano se perdía en el horizonte tierra adentro; a nuestra izquierda más montaña y a nuestra derecha un maravilloso glaciar de papiro que nos dejo sin habla. Estuvimos un par de minutos observando este capricho botánico. En realidad si tuviera que describir con precisión este camino diría que tiene la disposición de un auténtico glaciar: Una lengua inmensa de planta del papiro de unos 10 kilómetros de longitud por una anchura que variaba de 200 a 500 metros y que moría en el lago Bunyonyi. Esta legua-glaciar estaba custodiada por las verdes laderas de las montañas a lo largo de esos kilómetros. Nosotros íbamos por la ladera izquierda, de tal manera que en todo momento íbamos viendo el mar de papiro abajo y a nuestra derecha. En el camino iban saliendo niños a nuestro paso de las diferentes casitas de madera y barro que salpicaban la montaña, otras veces oíamos sus gritos, bye muzungu, que sonaba así: “baymuchuuuuncuuuuu”.


















Según avanzábamos las casas se hicieron más escasas. Cuando llevábamos dos kilómetros recorridos y apenas se veía el lago a nuestra espalda apareció ante nosotros un solitario árbol del coral, este estaba asomado al glaciar desde el camino, parecía anunciar la entrada al autentico camino, mucho más silencioso, más bello y más emocionante, como en realidad nos sentíamos nosotros. Sólo en viaje en barca entre las islas era una aventura en si misma, pero esta hora de marcha entre glaciares de papiro, ecos de niños y árboles de coral era de esos momentos para guardar, nuestro momento.


















Aparecieron a lo largo del camino algunos de lo preciosos ejemplares de Red-billed firefinch aquellas pequeñas aves rojas de Queen Elizabeth; tuve que contenerme para no perseguirles con mi cámara barranco abajo.
A mitad de recorrido el camino bajaba por unos metros al nivel de la lengua de papiro. Allí aparecieron unos cuantos niños de los que vivían por allí, casi todos salieron corriendo entre risas y cierto temor. En realidad esta zona era mucho más aislada que cualquier otra que hubiéramos visto en toda Uganda y los niños no estaban acostumbrados a ver turistas. La ropa también les diferenciaba, más deshilachada más pobre y sucia, les daba un estilo propio en la zona ya que la mayoría de estas telas eran una especie de batines desechados de los mayores, o telas reaprovechadas que en otros tiempos fueron otra cosa y tuvieron otros usos.















De este primer grupo solo se quedó uno que parecía estar de vuelta de todo, allí andaba con su cabra en medio del camino, cabra que tenía totalmente dominada. Su vestimenta era la más original de todas, una especie de blusa marrón que parecía negra y que le llegaba a mitad del muslo, y saliendo debajo de esta un pantalón con una sola pernera a cuadros rojos y marrones remangada a la altura de su pierna derecha que era donde la llevaba. La escasez en esta zona ayudaba al aprovechamiento de cualquier prenda, aunque solo tuviera una pernera. Nos hubiera gustado en ese momento tener algún pantalón para dárselo, pero solo llevábamos lo puesto, así que le dimos algo de dinero que celebro con varios gritos en ugandés que retumbaron en la montaña, estaba tan contento que nos obsequió con las diferentes poses que su pobre cabra era capaz de ofrecer.






















La verdad es que muchos de estos encuentros te rompían poco a poco el corazón, eran tan lindos los niños, tan amables, simpáticos y espontáneos, y estaban tan necesitados de tanto. Es curioso como la condición y esencia de niño es universal en cualquier lugar; tan auténticos y francos…
Nos despedimos de nuestro pequeño amigo y a nuestras espaldas sonaron los gritos de los niños que se habían escondido antes.
Un Kilómetro más allá el glaciar de papiros se iba estrechando, una mujer con su bebé a la espalda y un gran saco de patatas en la cabeza se cruzó con nosotros. Al doblar la curva siguiente del camino dos niños salieron corriendo al vernos, les gritamos y uno de ellos se acercó, el otro con un gran machete en sus manos salio corriendo. Nos hicimos alguna foto con el que se quedó, al rato aparecieron cuatro más uno de ellos era el del machete pero ahora no lo llevaba. Los cinco componían un cuadro de ropajes curiosos con una especie de batines, faldones, blusones, telas liadas al cuerpo, en realidad no sabíamos quien era niño o niña, pero todos eran adorables.

















LOS PIGMEOS















Seguimos andando y una mujer de pequeño tamaño nos adelantó a gran velocidad cargada con leña en la cabeza. Eddison nos dijo que estábamos a punto de llegar a nuestro destino.
De repente Eddison tomo un sendero estrecho y empinado a la izquierda del camino, justo por donde había subido la mujer con leña.
Después salvar el último terraplén a unos 40 metros por encima del camino, aparecimos en una zona con casas de barro situadas en una especie de terraza natural que daba descanso a la pendiente de la montaña y cobijaba al pequeñísimo poblado de la comunidad batwa o pigmea.
Nada más aparecer se produjo un revuelo de niños y mujeres, que hizo salir de sus casas a toda la comunidad. Mientras Eddison hablaba con uno de los más mayores de la comunidad y digo mayores porque no sabría ponerle edad, mucha gente trabajada y deteriorada en estos países tienen grandes desfases entre la edad cronológica y la biológica.






















Un niño con un arco y una flecha posó para nosotros como un pigmeo recién salido de la selva, posaba como un autentico maestro acostumbrado a los turistas, era parte del folclore que nos querían ofrecer.
Eddison terminó de hablar con el jefe o persona mayor …¡ qué diferencia con los Masais de Tanzania!... aquí Eddison disponía y decidía lo que se iba a pagar. El venerable batwa tenía poco decir; en Tanzania el jefe masai ponía el precio a su antojo, normalmente 25 dólares por turista y no había más que hablar aunque el guía hubiera sido el más experimentado del mundo; aquí Eddison decidía que se pagaba 10000 chelines ugandeses (5 dólares) independientemente de la cantidad de turistas.
















Terminaron de hablar y parece que el “acuerdo” se cerró. A continuación nos hicimos una foto en una cabaña típica pigmea de madera y paja con una mujer y sus dos hijas, esta era pequeñísima en comparación con nosotros, y aunque esto parece una obviedad en el caso de los pigmeos, también es verdad que dentro de estos los hay más grandes dentro de su pequeñez. Luego estuvimos hablando con algunos miembros de esta comunidad batwa, había niños pequeños deambulaban a su aire observando el alboroto general. Vimos las casas de barro donde vivían y realizamos algunas fotos a los diferentes miembros de la comunidad.
Hicimos alguna foto más a un par de niños pigmeos de corta edad y ropajes naranjas que miraban todo desde cierta distancia y caras serias que nos dejaron algo intrigados, miraban sin pestañear directamente a los ojos y parecían “hurgar” en tu interior.


















Más tarde nos llevaron a una zona diáfana y llana de arena presidida por una enorme vasija de barro y rodeada de grandes y verdes plataneros y una especie de cobertizo de paja. En esta especie de placita nos iban a ofrecer sus cánticos y bailes. Allí estaban todos, mujeres, hombres, niños, y mayores. Una voz de otro de los hombres mayores sonó y al instante se le unieron como un coro bien engrasado las voces de mujeres y los demás hombres, mientras que todos se movían al compás de las voces con un mismo baile. La sorpresa se apoderó de nuestros sentidos, ya que aquellos pequeños hombres eran capaces de ofrecernos una hermosa canción a diferentes voces y con hermosa cadencia, quizá lo último que les queda de su antiguo modo de vivir, a pesar de sus penosas condiciones lejos de su selva querida, a pesar de sus ojos rojos de “desesperación”, a pesar de sus ropas modernas, a pesar de que ofrecían su cántico a cambio de algo, a pesar de todo, sus cánticos y bailes eran sinceros y realmente hermosos porque 20000 años de historia son difícil de borrar.


















Fueron animándose poco a poco. A la segunda canción me puse a bailar con ellos imitando sus danzas… todavía siento cierta vergüenza al recordarlo… A ellos les hacía muchísima gracia que yo imitara sus bailes pero esto hizo que se animaran más todavía. En la siguiente canción incluso me permití hacer mi propia coreografía, que rápidamente fue imitada por los miembros e la comunidad Batwa, entre las risas de todos incluidas las de Marga que apenas podía filmar de la risa.
Había bailado en muchos sitios pero nunca entre plataneros perdidos entre glaciares de papiro.
Entre unas cosas y otras se nos iba haciendo tarde y todavía teníamos que desandar el camino y volver en lancha.
Decidimos darles una cantidad mayor a la estipulada por Eddison y se pusieron a cantar otra vez en muestra de agradecimiento.


















De nuevo apareció el niño con su arco y sus poses de guerrero de la selva con sus caracteres de pigmeo intactos, pero nosotros sabíamos de las vicisitudes de los Pigmeos y sus difíciles condiciones y les queríamos también sin el arco y la flecha, sabíamos que debajo de sus ropas modernas había un pueblo con más de 20000 años de antigüedad y nuestro respeto y cariño lo tendrían para siempre.



















Bajamos el terraplén que nos separaba del camino y desde abajo vimos las pequeñas figuras de los niños pigmeos que se despedían de nosotros.

Por el camino nos volvimos a encontrar con más niños, más mujeres leñadoras, aguadoras y ecos de la montaña. Llegamos a la zona de casas del embarcadero donde todavía había cierta actividad.













Tomamos la lancha y le dije a Eddisón que parara cinco minutos en medio del lago, la verdad es que estaba un poco recocido de la caminata y decidido a bañarme en uno de los pocos lagos de Uganda donde se puede ya que no hay depredadores ni bilharzia o esquistosomiasis.
El agua a 1900 metros de altitud podría estar muy fría pero la cercanía del Ecuador terrestre dejaba en fresca y muy agradable.





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