8/10/09

Aguas Termales de Kitagata

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Apenas amaneció salimos en dirección al lago Bunyonyi, pasaríamos de los 900-1000 metros sobre el nivel del mar de Queen Elizabeth Nacional Park a los casi 2000 m de este lago.
Pero antes teníamos pendiente una visita. Una de las cualidades de Richard era la de conocer algunos lugares menos visitados por los turistas pero muy interesantes. Richard en realidad es un ratón de Uganda, conoce bastante bien cada rincón del país.
Uno de estos lugares supuestamente curiosos eran las aguas termales de Kitagata. Como nos pillaba de paso nos acercamos a verlas.
Después de una hora de trayecto por caminos que incluían puertos de cierta consideración y donde las plantaciones de plátanos llenaban grandes terrazas en laderas montañosas, llegamos a Kitagata. Antes habíamos parado unos minutos para admirar el espectacular lago de Nkugute, incrustado en un gran cráter rodeado de frondosa vegetación, montañas y con un contorno que se asemeja al continente africano.


























Kitagata

En Uganda hay dos lugares de peregrinación para la curación de enfermedades de todo tipo. El más conocido es Mulago, el otro se llama Kyomugabe Ekitagata o aguas termales para el rey Mugabe (Omugable de Ankole) antiguo reino del sudoeste de Uganda abolido en 1966 de los cuatro reinos tradicionales que había.
Kitagata en un pueblo de Bushenyi, un distrito localizado al Sudoeste de Uganda
Kitagata es una lengua vernácula o local que significa calor, pero debido a la popularidad del lugar el pueblo y la zona se llaman Kitagata.
El horario oficial es desde las 4 de la mañana hasta las 7 de la tarde, los pacientes las utilizan dos veces al día, una por la mañana y otra por la tarde. Las aguas se usan tanto para bañarse como para beber y deben respetarse los turnos para el tratamiento.
















Mucha gente del país viaja a Kitagata en busca de la curación, hay incluso un autobús diario que viaja desde Kampala a Kitagata.
Para garantizar el orden y la higiene en el Kitagata hay una serie de normas que hay que cumplir en las aguas termales: No se puede hacer ruido, hogueras o usar jabón, los niños pequeños tienen que meterse al agua en pañales. Hay una última que no deja de ser curiosa y que hace referencia a que no se puede luchar.
Los ugandeses alquilan habitaciones privadas locales que les salen entre 150 y 400 chelines por día por persona.
Kitagata recibe unos 800 visitantes (los pacientes) cada semana. Según los lugareños no hay una sola enfermedad en la tierra que estas aguas termales no puedan curar; erupciones en la piel, fiebre, dolores articulares, cáncer, heridas de todo tipo y tamaño; lo que el médico no puede Kitagata lo remedia.









































Hay una zona de las aguas termales por donde mana el agua (Akaswonswo) a la vez que salen burbujas. De aquí la gente suele beber después de dejarla enfriar. Si uno tiene problemas de estómago no hay más que tomarse un trago.

El coche se salio del camino y tomó un desvió. Paramos el coche a unos 100 metros de las aguas termales. Según andábamos vimos una aglomeración de cuerpos semidesnudos entre cortinas de vapor.
Cuando Richard nos dijo que íbamos a ver unas aguas termales me hubiera imaginado cualquier cosa menos las increíbles escenas que veríamos.
En esos momentos nos dimos cuenta de que estábamos en un momento y lugar especial, lleno de estremecedora de belleza. A cuarenta metros de las aguas tiré alguna foto puesto que se supone que aquí no puedes hacerlas. Cuando llegamos junto a las aguas noté como mis pulsaciones subían de la emoción; tenía que pellizcarme porque no creía lo que estaba viendo. Al menos un centenar de personas yacían placidamente en las aguas calientes de Kitagata. La escena no parecía real, cuerpos esparcidos entre las aguas, torsos desnudos, pies, rodillas, hombros y brazos emergiendo de cuerpos hundidos, por momentos apenas visibles por las densas cortinas de vapor. Apenas se oía un ruido ya que hablaban entre susurros. El decorado acompañaba la escena, ya que de fondo las aguas eran arropadas por una gran arboleda suavizada por los grandes efluvios del manantial.
Fuimos bordeando el manantial mientras Joseph hablaba con una especie de guía local que iba dando detalles de Kitagata.





























Aunque en las aguas había tanto hombres como mujeres unos y otros estaban dispuestos en grupos diferenciados pero sin grandes limitaciones, ya que había zonas limítrofes donde ellas y ellos confluían sin el menor problema. Los niños solían estar con las mujeres y daba gusto observar como el cuerpo desnudo era compartido con los demás sin ningún tabú. Cuerpos todos bellos, daba igual la edad, porque la fealdad está solo en el que mira y juzga.
Todo esto de por sí ya bellísimo tenia un añadido más; estaban todos estado de laxitud absoluta, en sus miradas se leía la dicha y sus movimientos pausados con la cabeza seguían nuestros pasos allá donde no moviéramos.
Una mujer bastante mayor interrumpió a Joseph cuando este nos explicaba lo del agua que manaba en la zona burbujeante, nos ofreció su vaso lleno de agua del manantial; allí mismo lo había sumergido junto a una especie de camisón que flotaba entre sus caderas sumergidas. De repente desperté, estaba agilipollado y embobado por las imágenes, solo había hecho una foto y desde 40 metros, no podía desperdiciar un momento así. Pero esa mujer mayor con la más educada invitación que nunca a nadie le hicieron para coger un tifus me sacó de mi embobamiento, y aunque el encanto seguía ahí tomé cierta distancia de la situación para titar alguna foto.
El problema era hacerlas sin llamar la atención con mi cámara réflex que no era precisamente discreta. Primero probé a mirar por el visor pero al primero que puse nervioso fue a Joseph, nuestro chofer. Aunque tome una foto, pronto vi que no era el camino ya que se me veía bastante el plumero y los murmullos de los baños habían subido. Aunque tenía de mi parte el relax al que estaban sometidos los bañistas por el efecto de las aguas calientes, no debería seguir por ese camino ya que podría terminar retratando gente crispada.











































Mi segundo intento consistió en apuntar con mi cámara pequeñas cosas o rocas del agua, primero cerca de mis pies y luego más lejos, como retrataba burbujas y rocas nadie decía nada. Como tenía un objetivo multiusos que suelo llevar en los viajes, abrí el ángulo al máximo y apuntando a alguna roca cercana conseguía también tener plano de la gente, pero las fotos no salían bien porque este tipo de objetivos no tiene su fuerte en los limites de su focal, así que utilicé una focal intermedia y deje la cámara colgando sobre mi abdomen. De vez en cuando disparaba sin mirar por el visor y parece que esto dio algo de resultado, aun así el proceso era lento y algo agobiante. Hasta que me acordé del mando del disparador automático. Configuré la cámara para disparo con mando y saqué este. El anterior mando era más discreto y ocupaba como un dedo, pero lo perdí el año pasado, de esas cosa que se pierden en tu propia casa y un año de estos aparecerán. Pero este mando era de esos universales del tamaño de un teléfono móvil, así que lo puse en la oreja e hice como que hablaba mientras disparaba sin enfocar. Aquí tuve la involuntaria colaboración de Marga que andaba fisgando por su cuenta. Ella y su pareo africano llamaban mucho la atención porque veían a una turista con sus mismas telas. Por un momento los bañistas miraban a Marga y sus movimientos, lo que me ayudo bastante a sacar alguna foto sin el personal pendiente de mí. Incluso en la composición de alguna foto con diagonal de miradas hacia otro lado fue determinante.






















Después de tirar algunas fotos guardé la cámara y dimos alguna vuelta más entre el manantial. Hablamos con un grupo de mujeres que le preguntaban a Marga donde había comprado el Kanga o pareo y cuanto le había valido, cuando esta respondía que un dólar comentaban algo en ugandés entre risas, por lo visto un dólar era un timo para un pareo a precio local.
Contemplamos una vez más los cuerpos entre bellísimas brumas de H2O y nos despedimos del grupo de mujeres con el que habíamos hablado.
Salimos de allí con la sensación de haber visto algo extraordinario y mágico.





1 comentario:

  1. Lo relatas tan bien que yo misma me he visto ahí bañándome, a pesar de estar a miles de kilómetros. Maribel

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