23/10/09

Kibale Forest I

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Treehouse
El Chimps´Nest está situado justo en el límite Este del Kibale Forest Nacional Park, en uno de los entornos más bonitos, espectaculares y en contacto más directo con la naturaleza. Después de cenar en el restaurante del Chimp’s Nest, dos hombres con uniforme de servicio nos condujeron al treehouse. El primero llevaba una linterna ya que la casa del árbol estaba a cierta distancia del restaurante-recepción. El segundo hombre, también con linterna, llevaba algo de nuestro equipaje. Íbamos avanzando por un sendero que atravesaba la pradera que se abría en abanico delante del restaurante. Más adelante el sendero penetraba en un bosque denso de arbustos y árboles. A los lados iban quedando otros senderos que eran marcados por indicadores de madera con forma de flecha, en ellos estaban escritos los nombres de otros alojamientos.




















Seguimos andando y la vegetación se fue haciendo más frondosa y más alta. Llevábamos un buen rato andando y no llegábamos a nuestro alojamiento. De repente el sendero giraba a la izquierda en una zona pantanosa y encharcada. Allí había una pasarela de madera de unos 200 metros de largo, estaba situada a unos 50 centímetros del suelo con una anchura de 60. Marga me miró un par de veces en la oscuridad, y yo le devolví la mirada cómplice de emoción e intriga, ya que no sabíamos a priori lo lejos y solitario que estaba el treehouse ni el lugar tan asombroso en que estaba situado.
























La pasarela de madera iba haciendo zig zag cada pocos metros y parecía que nunca acababa. Según avanzábamos íbamos escuchando los chillidos de algún mono solitario. La oscuridad era mayor por momentos, acentuada por el cerradísimo bosque que ya no dejaba ver el cielo. Los árboles de esta zona alcanzaban los 40 metros de altura y su grosor era considerable. Se terminó la pasarela y apareció de nuevo un sendero que estaba salpicado de excrementos de elefante. 100 metros más allá de nuevo pasarela de madera, para terminar con otro tramo final de sendero.






















A unos 50 metros distinguimos unas luces en la oscuridad, poco a poco nos fuimos apresurando ante las ganas de llegar. Al girar una curva, el camino se despejó y pudimos distinguir una silueta cúbica con algo de luz en las alturas a unos 25 metros del suelo, apenas se apreciaba nada. Unos metros después pudimos ver las escaleras de acceso al treehouse. Justo en el comienzo de las escaleras de madera un fuego chispeaba, supusimos que era para disuadir a los animales de subir. Los dos hombres nos enseñaron el treehouse por dentro y se fueron por el mismo camino. En total casi un Kilómetro de senderos.



















Estábamos alucinados, pensábamos que una casa en lo alto de un árbol no podía tener muchas comodidades por la dificultad del lugar y estábamos preparados para cualquier cosa. Al subir el último peldaño se accedía a una amplia y preciosa terraza. Esta tenía dos sillas y una mesa de madera cuyo tablero era la sección de un gran árbol caído. En realidad la terraza hacía las veces de perfecto mirador. El suelo de la terraza se apoyaba en gruesos árboles y estaba rodeado de muchos más, algunas copas ya habían sido superadas por el treehouse a más de 20 metros de altura.






















Desde esta terraza se accedía a la puerta de la casa. Una vez abierta, la escalera continuaba ascendiendo en espiral hacia la izquierda. Exploramos primero la parte de debajo de este pequeño duplex. Después de un pequeño pasillo se llegaba a un espacio de 3x2m con una pequeña ventana, un lavabo y una ducha empotrada con agua caliente. Subimos la escalera en espiral y nos encontramos con un a habitación cuyas 5 paredes formaban un pentágono. El suelo era de madera y muy suave. Una luz anaranjada procedente de dos candelabros le daba a la habitación una toque exótico y acogedor. En realidad eran más un adorno ya que las dos plantas tenían la luz eléctrica mínima procedente de una placa solar.






















La ventana a media altura de la pared, era de unos 50 centímetros de alto y recorría todo el perímetro de la habitación. Tenía una rejilla metálica en forma de red que dejaba pasar el aire y la luz, pero no los mosquitos u otros animales. Dos camas ocupaban casi la totalidad de la habitación junto con alguna mesilla y cómoda de estilo colonial. Una de las camas era de matrimonio y la otra era más pequeña, las dos con sus correspondientes mosquiteras. En realidad en el treehouse podían dormir dos o tres personas, aunque aquí seguro que nos hubiéramos apañado los 5 si hubiéramos venido con nuestros “peques”.

























La habitación era muy confortable y ofrecía mucho más de lo que parecía a priori. Marga lavó una vez más sus únicos pantalones y camiseta que alternaba con otros pantalones y camiseta míos. La verdad es que la perdida de su mochila le había dejado un tanto limitada en cuanto a ropa. En principio pensamos tender la ropa en la terraza, pero pensando en los monos no nos arriesgamos a tener más bajas textiles. La noche, simplemente mágica, llena de sonidos, todo oscuridad salvo la tenue luz que entraba por la franja de ventana que rodeaba todo el perímetro de la habitación. La rejilla dejaba pasar el aire fresco del bosque y se agradecía el grueso edredón que cubría la cama. A mitad de noche oímos más de una vez golpeteos de pisadas en el tejado, mezclado con toda la clase de sonidos que se puede escuchar en una selva africana. De fondo, ya muy lejos a nuestros oídos, los gritos de primates cuneaban nuestro sueño.




FORT PORTAL
A primerísima hora de la mañana, después de dejar el fantástico Treehouse, deberíamos intentar cambiar nuestra hora del Y digo intentar porque nosotros teníamos los permisos para realizarlo por la tarde. Así como los permisos de los gorilas los habíamos gestionado con bastantes meses de antelación, los de los chimpancés casi los dejamos para el último momento, entre otras cosas porque dudábamos si realizar este trekking en Kibale. El caso es que cuando quisimos realizar el trekking el día 8 de julio ya no había plazas en el de la mañana. Aun así no perdimos la esperanza ya que nos habían dicho que en las oficinas de Kibale Forest era probable cambiarlos.


















Nuestro interés en hacerlo por la mañana y no por la tarde, estaba en que nosotros sólo pasaríamos una noche en Kibale y por lo tanto ese mismo día nos íbamos a Queen Elizabeth National Park. No era lo mismo salir a las 10 de la mañana después de dos horas de trekking, que hacerlo a las 4 de la tarde. A las 7 de la mañana estábamos en las oficinas del Kibale Forest Nacional Park, después de hablar un buen rato con el “boss” de las oficinas, vimos que ese día no había cambios ni excepciones ya que el cupo de la mañana estaba llenísimo. Después de nuestro disgusto inicial, ya que perdíamos medio día en Queen Elizabeth, decidimos utilizar la mañana en ver los alrededores de Kibale Forest. De nuevo el destino se portó magníficamente con nosotros y nos abrió un abanico para ver con calma algunos lugares preciosos y alguna escena única.























Lo primero que hicimos fue volver al Chimps´s Nest a recoger nuestras pertenencias y el Pack Lunch, ya que no pensábamos volver. Nos despedimos del dueño, un simpático y joven holandés que había echado raíces allí ya que estaba casado con una ugandesa y criaban juntos un precioso niño de unos 10 meses.Bueno, en realidad yo ya me había despedido por la mañana, así que mientras Joseph, Richard y Marga, iban al Chimps´ Nest, yo me quedé en medio de una zona boscosa a unos dos kilómetros del alojamiento. Mi intención era hacer alguna foto más de las increíbles aves de Uganda. Después de un rato tirando fotos descubrí una choza utilizada como secadero de hojas de tabaco. Al rato apareció un hombre joven que era el encargado directo de este secadero. Estuvimos un rato hablando y me estuvo mostrando el sistema. Utilizaba el sistema primitivo de secado al humo con leña cubierta con hojas verdes y no el de secado con carbón que despoja al tabaco del aroma y sabor a humo. Llegó el coche y me despedí de tan amable amigo.





















El segundo destino fueron las inmensas y bellísimas plantaciones de té que hay en los alrededores de Fort Portal y Kibale Forest. Allí tuvimos oportunidad de ver en acción a una cuadrilla que recogía la hoja con destreza. Todos con sus cestos de mimbre a la espalda enganchados con una cinta a la cabeza. Empleaban la recolección clásica, la más productiva y barata, que consiste en recoger la yema y tres o cuatro hojas más. Cuando tenían un buen puñado de hojas en la mano las iban depositando en el cesto.Después de ver las plantaciones dimos una vuelta por el hermoso lago Nyabikere, donde pudimos ver a varios ejemplares de monos Vertet (Cercopithecus aethiops).





MERCADO DE FORT PORTAL
Para terminar nos fuimos a la población de Fort Portal. Mientras Joseph y Richard lavaban el coche, Marga y yo nos perdimos un par de horas. La mayor parte del tiempo lo dedicamos a ver el mercado de Fort Portal,toda una sorpresa. La verdad es que tengo que reconocer cierta debilidad por los mercados. Pero es en estos lugares donde la vida bulle sin tapujos, donde todo se vende o se compra. Los mercados africanos son un estallido de color, y a pesar de que también tienen sus peores “rincones” hay que centrarse en lo maravilloso de lo que ofrecen.
















Tan llenos de exotismo, sólo la parte de las frutas y hortalizas daña la vista de tanto color, todo colocado primorosamente por tenderas de llamativos vestidos. Patatas, tomates, frutas desconocidas, sombrillas de colores, montañas de plátanos y judías verdes, zanahorias como soles en mimbres recios hechos a mano y de trenzados virtuosos. Torres de piñas, berenjenas gigantes. Cada puesto es una obra de arte, cuadros impresionistas en busca de autor.



























Las judías aquí son de diez mil colores: rojas, pintas, blancas, verdes, amarillas, rosas.Pero estos cuadros multicromáticos están retratados a su vez en los puestos de telas, arco iris enjaulados en barracas de madera con un escudero cuya armadura es una vieja máquina de coser.En uno de estos puestos compró Marga por un dólar un retal de color verde y tierra que trasformó con unos imperdibles en un bonito pareo, llamados aquí kangas.
















En la periferia del mercado se amontonaban grandes cantidades de plátanos verdes que habían sido transportados en bicicletas. Allí entre grandes cazuelas plateadas se preparaba el makote, comida típica ugandesa a base de plátanos verdes cocidos, mandioca (yuca) y patatas. Se suele servir como guarnición de carnes y pescados con algunos ingredientes más como el ajo picado, cebolla y pimientos.















En otro de los puestos se vendían imponentes machetes de sesenta centímetros de longitud como si fueran cortaúñas.
Saliendo de la zona de frutas encontramos un pasillo donde se vendía harina de soja *. A un lado y a otro del pasillo se situaban mujeres con sus respectivos sacos llenos del polvo blanco. Algunos de ellos estaban rodeados de multitud de abejas que se posaban intermitentemente en la cumbre blanca de harina. Poco a poco sus patas cargaban pequeñas bolas blancas que quedaban adosadas a estas al igual que cuando recogen polen (esto ya lo he vivido). Este vuelo mágico y trasiego de mercancías era ignorado por las dependientas que continuaban su charla mientras despachaban con las manos entre harina y cuatreras de aire.




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