8/10/09

Canal kazinga - Queen Elizabeth National Park II

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A las tres de la tarde salía el penúltimo barco por el canal Kazinga. Hay otro safari fluvial a las cinco, justo cuando termina el nuestro, pero no es aconsejable hacerlo a esa hora porque la luz es mucho más apagada por la cercanía del ocaso, que zonas ecuatoriales se produce alrededor de las 7 de la tarde.
Salen dos barcos en cada crucero, cada uno hace el recorrido a la inversa que el otro; mientras el nuestro se dirige hacia el lago George tomando el cauce del canal Kazinga hacia la izquierda para luego desandar el camino y llegar hasta el lago Edward, el otro barco hace el recorrido contrario.




























A diferencia del crucero de Murchison Fall, donde el calor era casi insoportable, aquí la temperatura era agradable, acompañado por un cielo parcialmente nublado que haría el recorrido mucho más agradable. Nosotros subimos a la parte de arriba desde el principio, como no pensábamos realizar ningún trekking como en Murchison Fall fuimos lo más cómodos que pudimos, incluido el nuevo pareo o kanga que marga había adquirido en Fort Portal y que complementaba su “ajuar” con el último pantalón que le quedaba.
Los barcos salen desde la orilla Norte y los primeros metros son para cruzar a la orilla Sur que ya no se abandona en todo el recorrido.



















El nuestro giró a la izquierda en dirección al lago George. Ya antes de llegar a esa orilla pudimos ver una gran manada de elefantes junto a otra no menos grande de búfalos.
La verdad es que en los safaris fluviales los animales se “asoman” al rió constantemente; mientras en los game drive digamos que vas en su busca, en el rió vienen hacia a ti o ya están apostados en sus orillas, vienen a beber o simplemente viven allí, como los cocodrilos, hipopótamos y multitud de aves. La concentración de animales es altísima y se les puede contemplar muy cerca.
Con el movimiento se agradecía la brisa fresca del canal, el discurrir del barco era escoltado por los siempre incansables martines pescadores, que no cesaban de lanzarse en picado en busca de presas.





























De vez en cuando familias enteras de hipopótamos asomaban la cabeza al oír los motores del barco. Algunos búfalos solitarios o en parejas descansaban con medio cuerpo metido dentro del agua y totalmente indiferentes a los turistas.
Vimos también varios ejemplares de Yellow-Gilled Stor; un ave parecida a una cigüeña pero con un tono rosaceo en su plumaje y un pico robusto y amarillo, ave bellísima que adornaba aun más este canal.
En la cubierta del barco estábamos unas 10 personas y ya había tenido la oportunidad de escuchar exclamaciones y suspiros emitidos ante las diferentes apariciones de animales. Una pareja canadiense casi lloraba de emoción; eran amantes de las aves o Birdwatching y celebraban la aparición de alguna con alegria dolorosa. Marga y yo habíamos cambiado el modus oprerandi; cuando aparecía un ave rara la observábamos y a continuación nos volvíamos hacia los canadienses para ver sus expresiones; la verdad es que nos alegrábamos tanto de ver a las aves como de contemplar su alegría. El llevaba un objetivo de 600 mm de focal fija y tiraba ráfagas de 10 en 10.




















El barco seguía su camino descubriéndonos los misterios del Kazinga; no faltaron entre ellos la gran garza blanca así como varios ejemplares de Glossy ibis, aquellas aves de alas verdes metalizadas que vimos también en Murchison Fall .
Aparecieron también los primeros cocodrilos, si en el Nilo Victoria habíamos visto bastantes, en el canal Kazinga vimos muchos más.
Algún antílope de agua se acercaba a beber a la orilla con cierto temor. Más búfalos bañándose con hipopótamos en armonía absoluta.



















La aparición en la orilla de un African Jacana; un ave zancuda color marrón, cuello amarillo y blanco y cabeza azul cielo, fue celebrada con pasión por la pareja de canadienses. Estos devolvían a todo el mundo cierta sonrisa de complicidad, porque aunque todos éramos más discretos no dejábamos de sorprendernos en esa tarde eléctrica, tanto por el ambiente tormentoso como por las sucesivas visiones de animales.
Un poco más allá dos cocodrilos nadaban mientras en la orilla quedaban esparcidos los huesos de un antiguo festín.

























Poco a poco el canal se abrió y aparecía majestuoso el lago George. Justo en una de sus orillas a diez metros del barco, aparecieron una familia de elefantes que terminaba su jornada con un baño y juegos variados. La embarcación paró los motores, y esos diez minutos que estuvimos observándolos en silencio fueron memorables ya que estos parecían actuar como si estuvieran solos; empujones entre ellos dentro y fuera del agua, “manguerazos” de agua con la trompa, y con la misma, arena bufada hacia su propio el lomo. Cuando terminó el espectáculo subieron alocadamente una pequeña colina de arbustos entre bramidos y desaparecieron.









































El barco encendió los motores y volvió por el mismo camino pero un poco más separado de la orilla y algo más deprisa, cuando llegó a la orilla Sur del punto de partida la embarcación tomo el camino hacia el lago Edward también por esta misma orilla.
Esta segunda parte del safari fluvial hacia el lago Edward no tendría nada que envidiar a la primera.
Un pequeño Malachite Kingfisher o Martín perscador Malaquita cruzo volando y se posó en unos cañaverales, de plumaje azul vistoso y pico largo y rojo, no pasó desapercibido para algunos turistas del barco.
Doscientos metros más adelante tres cocodrilos sesteaban mientras uno de ellos salía decidido del agua, otros dos grandes y lustrosos permanecían con la boca abierta a pocos metros de la orilla. Más hipopótamos, búfalos, garzas, cocodrilos, cormoranes, gansos egipcios…






















Cuando al canal Kazinga le faltaba poco para romper en el lago Edward y toda nuestra atención estaba en la proa del barco, una rápida sombra apareció a nuestra izquierda de atrás a delante y en ascenso; giramos la cabeza, todavía chorreaba el agua de las patas del un águila enorme y majestuosa (Africam fish Eagle) que acababa de posar sus garras sobre el agua unos metros por detrás del barco. Nos perdimos la caza que si habíamos visto en Murchison Fall, pero la suerte hizo que el águila se posara en la rama de una enorme acacia que “orillaba” su tronco a las aguas mansas del lago Edward. Allí pudimos ver como el águila despedazaba y devoraba el pez bajo sus garras.
























El canal se fue abriendo poco a poco al impresionante y gigantesco lago Edward. Unos minutos más tarde de la apertura del Kazinga al Edward asomaba en lo alto de una ladera una pequeña villa de pescadores con casas de madera. Esta estaba situada a unos a unos 300 metros de la orilla. En esta varias mujeres nos saludaban mientras lavaban la ropa en barreños, tenían tendidas las sábanas en la hierba al lado de dos enormes búfalos y parecían ignorar que por allí también habitaban los cocodrilos. Varias barcas de pescadores faenaban en ese momento mientras otras estaban amarradas en la orilla.






























El barco navegó en paralelo al pueblecito de pescadores, al finalizar este apareció una especie de playa en forma de península del tamaño y forma de un coso taurino. Esta pequeña península estaba repleta de aves: cormoranes, gansos, pelícanos y como casi siempre un solitario y destacable por su alzada Saddle-billed Store, con su característico pico rojo y amarillo. Entre tanta ala el olor a guano era fortísimo, lo que no impedía a algún que otro cocodrilo pasar las horas muertas dormitando en un terreno sembrado de plumas.
Miramos al horizonte y no pudimos adivinar el final del lago Edward. Este situado en la frontera entre Uganda, Ruanda y República del Congo se encuentra situado a 920 m sobre el nivel del mar y tiene 77 km de largo por 40 de ancho, contando con una superficie de 2325 km² .
















El barco dio la vuelta y se dirigió de nuevo al canal Kazinga. Vimos como los últimos pescadores y lavanderas se recogían a sus precarias casas colina arriba.
Cuando llegamos al embarcadero Richard y Joseph nos esperaban y nos dirigimos al Mweya Safari Lodge. Situado en lo alto de una colina que a su vez se encuentra en una península formada entre la desembocadura del canal Kazinga en el lago Edwad y este último, tiene unas vistas fantásticas a estos. En él aprovechamos para mandar algún email y comprar una tarjeta de teléfono.

































En el camino de vuelta al Simba camp observaba por la ventana del todoterreno como el sol caía en el horizonte. Entre otros pensamientos recordé lo que Pablo (nuestro hijo mediano) me dijo el año pasado después de ver una manada de elefantes jugando en el Parque Nacional del Lago Manyara(Tanzania):
“Papá, nunca más quiero ver un Zoo”
Nosotros no es que vayamos mucho al Zoo, solíamos visitarlo una vez cada dos o tres años y siempre habíamos pensado que era una especie de cárcel para los animales, pero como los niños se lo pasaban bastante bien seguíamos yendo alguna vez, las últimas sin Miguel que ya no estaba para “esos royos”
Pablo comprendió la diferencia de vivir en estos extraordinarios Parajes naturales totalmente en libertad, en contraste con la de la cárcel con pocos metros cuadrados del Zoo, lleno de animales famélicos y desnutridos de vitalidad, sin apenas masa muscular por falta de movimiento en espacios abiertos…
El mismo contraste que encontramos al vivir en grandes núcleos urbanos o países “desarrollados” respecto a lugares donde el tiempo apenas ha pasado y donde la naturaleza se abre camino como hace miles de años.





1 comentario:

  1. gracias por estas maravillosas fotos acompañadas de una agradable narración...porque para muchos de nosotros es imposible viajar a países tan bellos pero muy lejanos.

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