12/10/09

Kibale Forest II - El trekking

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Llegamos 25 minutos antes a las oficinas de Kibale Forest National Park; minutos sobrantes que aprovechamos para tirar algunas fotos de aves, mariposas, saltamontes y algún que otro bichejo más.
Por fin llegó la hora del trekking. A las dos de la tarde nos dieron una pequeña charla en las oficinas, después iban asignando un guía a cada cuatro turistas, a nosotros nos tocó una “joven” pareja suiza, el era de origen español por parte de madre.

























La pareja suiza montó en nuestro coche con Joseph y el guía, después de 2 km llegamos al corazón de Kibale Forest, justo en el origen del trekking.
Empezamos a andar por un estrecho sendero entre gigantescos árboles. La frondosidad de la vegetación era tal que apenas cabían más árboles por metro cuadrado. El sendero se fue haciendo cada vez más estrecho y accidentado, con viejos troncos cruzados en el suelo y zarzas cada vez más altas.
Llevábamos más de diez minutos andando en busca de los chimpancés y ni rastro de ellos. Ya habíamos oído que no era fácil verlos y menos en buenas condiciones de visibilidad.






































De vez en cuando el guía se paraba y nosotros con él, alzaba la cabeza y se quedaba 30 segundos escuchando, después proseguía su marcha mirando a las copas de los árboles.
Nos cruzamos con un guía y cuatro turistas rusos que también andaban en busca del primate perdido. Dos de los rusos más mayores estaban sentados en el suelo, nos dio la impresión de que llevaban un buen rato dando vueltas.
Seguimos nuestro camino metiéndonos en zonas mucho más densas, íbamos apartando las ramas de la cabeza a la vez que nos retorcíamos para poder pasar por pequeños espacios.
Aunque teníamos fe en ver a los simios, vimos que el tiempo pasaba y no veíamos nada.











El guía se paró a hablar por el walki una vez más; estos se comunican entre sí para indicarse las zonas donde habían avistado un chimpancé.
Después de 10 minutos más de vericuetos, senderos, barros y zarzas, nuestro guía avistó un chimpancé, se quedó mirando fijamente a un punto indeterminado de la base de un árbol, tanto los suizos como nosotros mirábamos con toda nuestra agudeza para distinguir al primate, pero no veíamos nada.
Nos agachamos a ras de suelo y tampoco. En un momento dado una sombra oscura se movió de derecha a izquierda, luego se quedó quieta, todos nos quedamos petrificados sin mover una pestaña, esperando ver algo más. A los pocos segundos el guía siguió penetrando a través de ramas de pequeños arbustos en dirección al chimpancé. En fila india fuimos pasando con cuidado de no dar al de atrás con una rama catapultada a nuestro paso. Otra vez la sombra cruzó por delante pero ahora más cerca.
Esta operación tuvo varias réplicas y parecía que lo único que íbamos a ver de los chimpancés era una mancha oscura.






















En una de las ocasiones estábamos a unos seis metros pero era tal la cantidad de arbusto y ramas que apenas distinguimos nada. En un momento dado se movió y se le pudo ver una mano claramente, intenté hacer una foto pero solo pude captar un bosque denso con una mancha oscura en el centro.
Cuando ya pensábamos que nuestros “encuentros” con los chimpancés se iban a limitar a esto, nos encontramos de nuevo con los cuatro rusos y dos daneses. El guía de estos últimos había visto algo en la copa de un árbol. Nosotros no veíamos nada, pero ahí debería haber algo puesto que los otros turistas miraban fijamente a un punto. Nuestro guía giró por el sendero y nos colocamos detrás de los otros observadores. Por fin vimos claramente un chimpancé en lo alto de un árbol, estaba sentado de perfil a unos 25 metros de altura, se movía bastante ya que estaba comiendo hojas. Aunque estaba bastante lejos era mucho más de lo que habíamos visto antes. De vez en cuando cambiaba de posición y se le podía ver la cara, otras veces nos daba la espalda.



















Así pasaron 20 minutos de observación y largas tiradas de fotos. Después el primate cambió de árbol y en esa otra copa también pudimos verle en acción. Buscamos otro ángulo pero el chimpancé estaba tan tapado por las ramas que era difícil verlo.
Cuando ya estábamos a punto de marcharnos hizo algo imprevisto; empezó a bajar por el tronco que estaba a unos 30 metros en línea recta de nuestro punto de observación. A mitad de tronco había un claro limpio de ramas donde incluso daba el sol, aunque estaba bastante lejos preparé mi cámara y enfoqué ese punto, clavé los codos en mi pecho para aguantar la espera; “tenía que pasar por aquí si quería seguir bajando”, pero el mono no aparecía y llegué a pensar que podía haberse cambiado de árbol; me dije aguanta un poco más. Estuve así unos 40 segundos interminables y cuando estaba a punto de claudicar apareció en mi objetivo el chimpancé, se paró un segundo, justo para que pudiera tirar la foto sin apenas encuadrar, luego el chimpancé bajó a ras de suelo convirtiéndose de nuevo en una mancha oscura.

























Fue la mejor foto que pude hacer, y aunque no quedé muy satisfecho la imagen se vio favorecida por el contraste del sol en la cara del simio.
Después de todo habíamos tenido muchísima suerte, ya que hubiera sido probable que nuestras imágenes de los primates se hubieran quedado en una mancha oscura.
A pesar de nuestra suerte no es mucho lo que se ve en comparación con el trekking de los gorilas, donde los sesenta minutos que tienes para estar con estos últimos es una hora de contacto total.
Incluso después de haber hecho este trekking sigo dudando de sí es el mejor destino para ver los chimpancés.
Se les puede ver muy bien en una excursión de un día en la isla de Ngamba del lago Victoria. En esta isla se dedican a la cría y conservación de esta especie en régimen de semicautividad, donde incluso se les puede tocar y coger; aunque no es lo mismo que verlos en libertad y en su entorno natural.























El bosque de Kibale Forest y su entorno merecen mucho la pena, aunque luego el tiempo real que uno está viendo los chimpancés puede ser poco o nada.
Nosotros no nos arrepentimos porque al final tuvimos bastante suerte, y verdadera suerte es lo que se necesita para poder ver algo en Kibale Forest. La misma fortuna que nos llevó aquí y nos permitió ver las grandiosas plantaciones de té y el mercado de Fort Portal.




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