31/10/09

Uganda tierra adentro

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Dejamos Murchison Falls National Park bastante temprano. Nuestro próximo destino sería Kibale Forest National Park, famoso por la posibilidad de ver chimpancés en su entorno natural.
En teoría teníamos por delante unas 9 o 10 horas de “carretera”, pero como Richard y Joseph habían visto nuestro interés por la población y su modo de vida, nos propusieron que hiciéramos el recorrido hasta Kibale por caminos de tierra casi su totalidad. En vez de ir hacia el Sur dirección Masindi y coger la carretera principal allí, fuimos por caminos secundarios paralelos al lago Alberto casi hasta el final, realizando el 80% del recorrido a Kibale Forest por caminos llenos de vida y maravillosamente anaranjados, como una línea arcillosa que interrumpía por apenas tres metros la densidad verdosa de estas tierras.




















Este recorrido además nos dio la oportunidad de ver y compartir unas horas únicas con el pueblo ugandés.
El primer sitio donde paramos a la media hora de marcha, fue en la aldea donde habían dormido Joseph y Richard. Esta aldea estaba constituida por unas 15 chozas de adobe rojizo rodeadas de cultivos. Cuando llegamos la gente andaba a sus quehaceres. En un patio central rodeado de cinco chozas, una mujer “barría” con una escoba rústica hecha de ramas atadas unas con otras, algo así a la valiadera española. Y digo “barría” porque el suelo era de arena del mismo color anaranjado-rojizo que las casas. Esta arena quedaba totalmente plana y con la superficie tan uniformemente rallada que le daba un toque perfecto de limpieza y orden.





















Un poco más allá, en el patio central de otra agrupación de chozas, tres mujeres y un niño desayunaban sentados en una esterilla de caña cortada. Una de ellas se afanaba en avivar el fuego que calentaba una cazuela a base de soplidos enérgicos y sostenidos. Esta escena nos acostumbraríamos a verla más de una vez, ya que la cocina en Uganda es la misma calle en la mayoría de las casas. Un poco de leña o a veces una especie de brasero con carbón muy básico era suficiente.























Pronto salieron los niños que se acercaban a nosotros entre risas para ver a los Muzungus (cara pálida). Richard nos enseñó las chozas donde habían dormido, y la verdad es que nos parecieron fantásticas. Estas, a diferencia de las habituales donde se dormía en suelo de cañizo, tenían camas y mosquiteras y deberían ser hospedaje habitual de los guías y chóferes. Porque esa es otra, los guías o chóferes nunca se hospedan donde lo hace el turista, estos dejan al mismo en su hotel y luego van a un alojamiento más modesto, a veces en una población relativamente cercana, otras en el mismo gueshouse que el turista pero en zonas reservadas para el “servicio”. Pero esta vez la singularidad del lugar y sus chozas eran perfectas y aislaban mucho más del calor que nuestra pequeña cabaña del campamento.





















Fuera un hombre arreglaba una moto. Tener aquí una es subir de categoría, que va de ir a pie, pasando por la bicicleta, la moto y terminado con el coche sólo en caso de privilegiados.
Dejamos la aldea y continuamos nuestro viaje por caminos estrechos y polvorientos que subían y bajaban constantemente tremendos toboganes de tierra. En ellos íbamos viendo a los niños marchar a la escuela con sus libros forrados de periódicos viejos, y cuyo interior albergaba letra e ilustraciones en blanco y negro de hace 50 años, parecida a aquellas pequeñas enciclopedias de un solitario y pequeño tomo de nuestras madres.
En los campos se veían a mujeres solitarias trabajando, a veces con su pequeño “cosido” a la espalda y el azadón al hombro. También asomaba algún hombre, eran los menos.






















Incesantemente, las mujeres con sus bultos en la cabeza iban de allá para acá, largas distancias sin más medios que sus pies, casi siempre descalzas.
No faltaban nunca los bidones amarillos para traer agua del arroyo o fuente más cercana, estos eran transportados por toda la población. Mujeres con su bidón en la cabeza, niños con su bidón más pequeño, adolescentes con su bidón o bidones en bici. En muchas ocasiones 4 o 5 bidones de 25 litros cada uno, cargados y atados milagrosamente a una bici que era llevada penosamente a pie por un hombre.
Una hora y media después le pedimos a Joseph que parara en una choza aislada, muy lejos de cualquier otra aldea y rodeada de cultivos.
Allí una mujer fuerte y decidida partía yuca con una herramienta de madera. También conocida como mandioca, que es en realidad una de las variedades de la yuca. Uno de los alimentos principales de Sudamérica, Asia y África, tanto por su gran cantidad de hidratos de carbono como por sus vitaminas y minerales, además de no tener gluten que la hace tolerable a toda la población. La yuca es un gran arbusto cuyas raíces forman tubérculos enormes y nutritivos además de ser un arbusto muy resistente.


























La mujer manejaba con destreza la herramienta con forma de cayado, golpeando con decisión la yuca con la parte arqueada de la madera. Su piel oscura estaba salpicada por pequeños y blancos trocitos del tubérculo que engalanaban más sus brazos, hombros y cara, dándole una belleza exuberante. En la espalda llevaba un bebé que con los ojos muy abiertos observaba a sus dos hermanos mayores.
Una mujer mayor que supusimos era la abuela de los peques, traía yuca cortada todavía en trozos grandes y la depositaba en una piel curtida que hacía las veces de mantel. La hija iba cortando los trozos grandes y los depositaba en un barreño verde que albergaba el resto de trozos partidos.




















Les pedimos permiso para observarles en plena faena, y como casi siempre en estas situaciones nos pidieron una ayuda. Nosotros teníamos asumido que las fotos o la mera observación de la vida cotidiana tenía un precio. Pero también éramos conscientes de que era nuestra manera de ayudar a esta gente.
Normalmente dabas una cantidad concreta para poder hacer fotos, sobre todo si estabas cerca. Algunas veces la cantidad se multiplicaba cuando veíamos que la familia lo necesitaba más, como nos pareció en este caso. O en aquel otro, camino de Murchison Falls, cuando nos encontramos a cinco hermanos cuyo aspecto no era muy bueno y mostraban cierto abandono.




















Es curioso como en una misma aldea, una familia podía tener a sus niños con buen aspecto, y al lado mismo, en una choza igual con los mismos terrenos para cultivar había otra familia con niños con peor aspecto. Con los mismos bienes, que no eran muchos, la población vivía de diferentes maneras.
En realidad aunque Uganda es un país pobre, no falta el agua que brota por todos los sitios y por lo tanto tampoco faltan los cultivos. Toda Uganda está repleta de terrenos cultivados, en las riberas, en los valles, en las laderas y en lo alto de las montañas.
Aun así sacan muy poco dinero por sus cultivos, ya que las cantidades que les pagan por los frutos de la tierra son miserables, lo que convierte sus labranzas en una agricultura de subsistencia y trueque, todo queda en autoabastecimiento y poco más.







































Al final nuestra modesta ayuda quedaba repartida por todo el país, ya que las fotos fueron muchas y no nos parecía dinero malgastado.
Unos kilómetros más tarde paramos en alguna aldea perdida cerca del lago Alberto, done vimos casas con sus aparejos de pesca y alguna mujer con sus peces todavía frescos.
Continuamos nuestro recorrido y de vez en cuando veíamos esforzados ciclistas, siempre hombres. Circulaban cargados con los productos de la tierra, que por aquí como en casi en toda Uganda eran plátanos. En ocasiones era tan grande la carga, con varios racimos de plátanos trasportados, que solo se apreciaba una montaña de plátanos con ruedas.
Pasamos por la parte alta de un puerto donde volvimos a parar. Me había dicho a mí mismo que la próxima vez que viera una escuela pública pararía para verla. Y aquí aparecía una, justo al terminar el puerto en una pequeña población.





















Dos aulas en unas pequeñas casas de una sola planta, repletas de niños hacinados e impecablemente vestidos con su uniforme verde pistacho.
Las diferencias entre las escuelas públicas y privadas en Uganda son notorias. Cuando uno circula por las carreteras o caminos de Uganda, verá de vez en cuando escuelas relativamente grandes con espaciosos terrenos verdes a su alrededor, donde los niños juegan. En cambio, las públicas están mucho más limitadas, aunque no faltan algunas con mejores instalaciones y grandes espacios para los peques.


















Así que me bajé con la cámara lista. Quería una primera foto sorpresa, sin la algarabía que se formó después. “Armé” la cámara y aparecí en su ángulo de visión, cuando levantaron la cabeza ya estaban retratados. En la segunda, estaban todos de pie riendo a carcajadas. Me disculpe con el profesor y le pedí permiso para poder retratar a los niños, él accedió cortésmente y pude entrar en el aula a hacer alguna foto más.
Los niños eran muy cariñosos y en ese momento habían terminado una lección sobre los diferentes usos de las flores, que tan detalladamente había escrito el profesor en la destartalada pizarra.
Al final se nos echó la noche encima con tanta parada y tanto camino.
A la altura de Fort Portal el sol se ponía y posaba su manto dorado sobre las sinuosas plantaciones de té.
Un viaje de 9 horas que hicimos en 11.






















Llegamos a nuestro alojamiento, el Chimps' Nest en Kibale Forest, a eso de las 8:30 de la noche, ya noche cerrada desde hacía una hora y media. Tuvimos tiempo suficiente para que nos dieran algo de cenar e irnos a la cama.
Precisamente en el Chimps' Nest nos habíamos autoconcedido un capricho. En vez de una habitación básica, nos esperaba el Treehouse, que es una casa maravillosa situada en lo alto de un árbol, a unos 20 metros del suelo. Por culpa de nuestros reiteradas paradas en el camino, no pudimos llegar antes para disfrutarla y disfrutar también de este magnífico lugar donde estaba situado el Chimps' Nest.




















De todas formas, este día lleno de emociones y contacto directo con el pueblo ugandés, no lo cambiaríamos por nada. Habíamos hablado con todo tipo de gente y edades, niños, mujeres, hombres. En aldeas pequeñas y grandes, chozas aisladas, tenderetes del camino, labradoras, pescadores, lavanderas de río, niños aguadores.
Fue el día que más cerca estuvimos del pueblo ugandés y también el que más nos emocionamos.




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